A Fondo
Ángel Macías
Un Recuerdo de Gloria para el Niño Héroe Ágel Macías, la proeza se divulgó rápidamente alrededor del mundo.
Un Recuerdo de Gloria para el Niño Héroe:
ÁNGEL MACÍAS
Autor: Dr. Enrique García Villarreal
egarcia060282@gmail.com
Era el 23 de agosto de 1957. El día del Juego Final había llegado. La novena, dirigida por César L. Faz, ya había conseguido 11 triunfos consecutivos en el certamen. En semifinales, vencieron al representante de Connecticut en un cerrado juego con marcador de 2-1, asegurando así su boleto a la final, donde se enfrentarían al club de La Mesa, California, representante de la Región Oeste.
Los 14 niños de origen mexicano eran todos residentes de Monterrey, ciudad que a mediados de la década de los cincuenta vivía un auge industrial sin precedentes. Fue allí donde el veterano de guerra estadounidense Lucky Haskins, en su rol como responsable del programa de Ligas Pequeñas en la ciudad, los convocó para disputar el torneo. También convenció a Faz de hacerse cargo del entrenamiento de los menores seleccionados. En un principio, el mánager no quería aceptar dicho encargo, pero finalmente accedió, persuadido por don Roberto G. Sada, empresario de la localidad, quien lo llamó a sus oficinas para pedirle ese favor.
Faz, oriundo de San Antonio, conocía bien los programas de entrenamiento juvenil en Estados Unidos. En su juventud fue incluso batboy de los Misioneros de San Antonio, una franquicia que fungía como sucursal de los St. Louis Browns de Grandes Ligas. Faz se encargó personalmente de seleccionar a los Pequeños Gigantes, quienes más tarde serían noticia internacional: Ricardo Treviño, Jesús Contreras, Rafael Estrello, Alfonso Cortez, Gerardo González, José Maiz, Enrique Suárez, Roberto Mendiola, Francisco Aguilar, Baltazar Charles, Norberto Villarreal, Mario Ontiveros, Ángel Macías y Fidel Ruiz, capitán del equipo.
La precaria condición económica de la mayoría de los jóvenes era compensada por su anhelo de trascender, mientras que la férrea disciplina del entrenador los ayudó a alcanzar su cometido. Así fue como José Maiz se acostumbró a no mover los pies y a empuñar el bate en alto cuando las bolas pasaban cerca de su cuerpo. A Ángel Macías lo ayudó a controlar su pitcheo, el cual practicaba lanzando pelotas a una cubeta metálica montada sobre uno de los palos que sostenían el tejabán de su humilde casa en la colonia Obrerista.
El récord del equipo regiomontano antes de llegar al campeonato mundial era de cerca de 80 carreras anotadas contra solo 12 recibidas, lo cual los colocaba como un rival peligroso ante el finalista. El encuentro comenzó tras el izamiento de las banderas de Estados Unidos y de México. Frente a 10 mil personas reunidas en el campo de la ciudad de Williamsport, la novena mexicana entonó con orgullo las estrofas del Himno Nacional, lista para representar a su país. Faz decidió enviar a su mejor carta al centro del diamante: un niño llamado Ángel Macías. Lanzador ambidiestro y rebosante de talento, el joven de solo 12 años no sabía que estaba a punto de pasar, a temprana edad, a la inmortalidad.
El oriundo de Aguascalientes, pero residente de Monterrey, decidió ese 23 de agosto lanzar como derecho. El juego, pactado a seis entradas, llegó al quinto episodio con pizarra de 0-0, con Macías lanzando estupendamente y sin permitir un solo hit del equipo contrario. A pesar de que el equipo estadounidense jugaba de forma impecable, fue en ese quinto episodio que la novena mexicana armó un rally de cuatro carreras, dejando la mesa servida a Macías para completar lo que sería su obra maestra.
Macías volvió al centro del diamante para la sexta entrada, consiguiendo dos outs. El último bateador de La Mesa se puso abajo en la cuenta con 3 bolas y 0 strikes. El mexicano lanzó dos strikes consecutivos… ¡y cerró el juego con ponche! Con ello, el talentoso joven le otorgó a México su primer campeonato en la Serie Mundial de Ligas Pequeñas, retirando a 11 de los 18 bateadores que enfrentó ese día por la vía del ponche. Por si fuera poco, Macías se cubrió de gloria al concretar una hazaña que jamás ha sido repetida en la historia del torneo: el primer y único juego perfecto en una final.
La proeza se divulgó rápidamente alrededor del mundo, no solo por el logro deportivo, sino también por las adversidades que los jóvenes jugadores y su entrenador tuvieron que superar. Tras la victoria en Williamsport, la novena mexicana fue invitada a la Casa Blanca, donde fueron recibidos por el entonces presidente de Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower, así como por el vicepresidente Richard Nixon. Luego regresaron a México, donde conocieron al presidente Adolfo Ruiz Cortines. A su llegada a Monterrey, el equipo recibió un tratamiento de héroes nacionales, con un desfile en su honor desde el aeropuerto hasta el Palacio de Gobierno que congregó a 300 mil regiomontanos.
La historia de esta novena fue difundida a nivel nacional como un símbolo de superación y esperanza. La hazaña del equipo regiomontano, y en particular la de Ángel Macías, inspiró la realización de dos películas: la producción mexicana Los Pequeños Gigantes (1960) y, más recientemente, la estadounidense The Perfect Game (2010).
En entrevista, el mismo Ángel Macías comentó: “Viendo la clase de toleteros tan potentes, por su peso y estatura, trazó César un plan a seguir junto con Norberto Villarreal, el cátcher. El trabajo se concretó a puras curvas abajo y afuera y, gracias a Dios, pude salvar en forma por demás afortunada el obstáculo, y por ello estoy muy satisfecho.”
“Yo creo que fue una cosa muy bonita para el equipo de nosotros”, le comentó en otra ocasión al entrevistador Gaspar Garza. “¡Todos aportamos, todos buscamos hacer las cosas de la mejor forma posible… y las cosas salieron! Nosotros nos reunimos en la loma de pitcheo, ahí brincamos, saltamos, y hay una foto histórica de eso.”
Con el triunfo, Macías recibió muchas oportunidades en su trayectoria académica y profesional. “Tuvimos la oportunidad de becarnos en escuelas. Después jugamos béisbol profesional. Tuvimos muchas cosas bonitas, agradables, que nosotros disfrutamos. Esa fue una de las cosas que, al final de cuentas, fue lo más importante.” Gracias a dicha beca, Macías completó la preparatoria. Luego ingresó al béisbol profesional a los 18 años, firmando con la organización de Los Angeles Angels, quienes lo enviaron a su sucursal Clase C, los San José Bees (1962-63), y posteriormente a los Rock Hill Wrens (1963), de Clase A.
A pesar de su éxito como lanzador infantil, Ángel Macías prefirió patrullar los jardines durante su carrera profesional. “Me apasiona tanto el béisbol que quería jugar a diario y no cada cinco días”, explicó en una entrevista con Fernando Ballesteros. “Pero yo creo también, porque prefería dar palos [en lugar de] recibirlos”, agregó con una sonrisa.
Continuó su carrera con los Broncos de Reynosa en la Liga Mexicana de Béisbol (Clase AA), con quienes jugó en 7 temporadas entre los años de 1963 a 1970. Durante su estancia, Macías escribiría uno de los capítulos más brillantes de la historia de este club al ser una de las piezas clave del equipo durante su primer y único campeonato hasta la fecha, en la temporada de 1969. También brilló en la temporada de 1968, al batear para .341, conectando 31 dobles —líder del circuito—, 9 triples —segundo lugar—, y remolcando 47 carreras, siendo el tercer mejor bateador del campeonato. Además, en dicha temporada fue reconocido como el mejor jardinero izquierdo de la campaña, ganando el Guante de Plata.
En 1971 fue transferido a los Sultanes de Monterrey (Clase AAA), en una operación que implicó la salida de Héctor Espino del equipo regio. Con ellos jugaría hasta 1974. En su mejor temporada con los Sultanes (1971), bateó .300 en 146 juegos, conectando 148 hits, 32 dobles, 6 triples y 13 cuadrangulares.
En la Liga del Pacífico, defendió los colores de los Tomateros de Culiacán y de los Naranjeros de Hermosillo. En la temporada 1970-71 fue líder en triples y se convirtió en parte del primer equipo mexicano en participar en la Serie del Caribe. En dicha edición, celebrada en Puerto Rico, ayudó a los Naranjeros de Hermosillo a conseguir el subcampeonato.
En total, Ángel Macías jugó 11 brillantes temporadas como beisbolista profesional en México, aunque nunca como lanzador. Tras su retiro, se desempeñó como director de la Academia de Béisbol de México, promoviendo el desarrollo juvenil en el país. En 2017 fue reconocido por las Ligas Pequeñas de Béisbol de EE.UU., ingresando al Hall of Excellence, el máximo honor del organismo. Con ello, se convirtió en el segundo miembro del equipo de Monterrey 1957 en recibir ese reconocimiento, después de José “Pepe” Maiz García.
En el ámbito personal, Macías estudió la carrera de administración de empresas en la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL). Se casó con Josefina Martínez y permaneció siempre ligado al béisbol regiomontano, asistiendo con frecuencia a juegos de los Sultanes de Monterrey como invitado especial.
En sus últimos años, padeció la enfermedad de Alzheimer, misma que afectó su calidad de vida. Falleció el domingo 27 de julio de 2025, a los 80 años, en Monterrey, después de un periodo de deterioro físico y mental.
Las Ligas Pequeñas de Béisbol de México emitieron un comunicado lamentando profundamente su pérdida: “Su legado vivirá por siempre en la historia del deporte y en el corazón de todos los que admiramos su grandeza dentro y fuera del diamante.” También lo calificaron como un símbolo de perseverancia y dedicación que inspiró a generaciones enteras.
Sobre su mítico triunfo en Williamsport aquel lejano 23 de agosto de 1957, César Faz escribiría en su libro Los Pequeños Gigantes:
“Ninguno de los miles de aficionados que vieron lanzar a Ángel Macías aquella tarde del 23 de agosto de 1957 olvidará jamás la imagen del delgado chamaco mexicano parado sobre la loma del diamante, calmadamente esperando enfrentarse a los formidables jugadores de La Mesa, California.
El tercer hijo de Juana y Anacleto Macías, con la camisola de su uniforme amenazando salirse del pantalón en cada lanzamiento, ejecutó ese día una faena deportiva que realizan solo los magníficos, los inspirados, los inmortales.
Lanzando, Ángel era la poesía en acción y, en ese atardecer, su obra fue perfecta y fantástica, delicada y sencilla. Todo se debió a la formación de un grupo unido y cariñoso que había soportado durísimos programas de entrenamiento que solo suspendían las sombras de los crepúsculos regiomontanos.
La consagración de Ángel fue sencillamente grandiosa. Por unos instantes, la figura de Ángel Macías escaló el pináculo de la gloria deportiva terrestre y, rodeado de sus trece pequeños compañeros, dio gracias a Dios por haberles permitido inmortalizarse en el deporte mundial.”
Ángel Macías Barba permanece como un símbolo nacional de orgullo y superación en el béisbol mexicano. Su juego perfecto en 1957, a los 12 años, es una hazaña única: el único juego perfecto en la final de la Serie Mundial de Ligas Pequeñas en la historia.
Más allá del resultado, su historia encarnó el espíritu de un equipo humilde pero determinado, que venció barreras culturales, económicas y logísticas para colocar a México en la cúspide del béisbol infantil. Su influencia trascendió su carrera deportiva: su trabajo en academias y en la promoción del béisbol juvenil contribuyó significativamente al fortalecimiento de este deporte en México.
Macías no solo escribió con letras de oro una de las páginas más brillantes en la historia deportiva de nuestro país, sino que también encarnó valores profundos: humildad, dedicación, orgullo nacional y un legado que permanece vivo. Su fallecimiento marca el fin de una era, pero su ejemplo seguirá vivo en cada campo de béisbol infantil en todo México.
Descanse en paz el Niño Héroe, el eterno campeón de Williamsport, Ángel Macías.
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