Un día, don Roque López Sainz, mi padre, me vio tirar piedras con mi brazo izquierdo. Tenía yo diez años. Y él, mi padre, quien fue mi gran impulsor, tuvo el acierto de regalarme un guante de beisbol. Ese día inició mi carrera, la de Jaime López, Mister .300, como me llegaron a llamar.
Era la navidad de 1960. Y qué mejor regalo para un niño, en Empalme, Sonora, que un guante de beisbol. Ahí, en esa población que ha sido cuna de grandes peloteros, legendarios; muchos de ellos, ya con sus nombres inscritos en el Salón de la Fama del Beisbol Mexicano.
Pero el regalo no fue solo el guante; el verdadero regalo fue su misión al acompañarme en mis primeros pasos por este precioso deporte. Ni él, ni mucho menos yo, imaginamos hasta dónde iba a yo a llegar tomado de su mano. Una larga carrera de 21 temporadas en la Liga Mexicana de Beisbol, y 18 más en la Liga Mexicana del Pacífico en el invierno. Una carrera de 2,449 hits en total.
Mi padre, Don Roque, formó un equipo infantil llamado Bravos. Otros cinco de sus amigos hicieron lo propio. Y con ese número de equipos, formaron la primera Liga Infantil de Empalme.
Ahí jugué de los 10 a los 12 años. Ganamos dos campeonatos y yo me llevé el título de bateo en uno de esos años.
De ahí pasamos a la muy dura categoría de 13 y 14 años, con mi papá de mánager. El nombre del equipo era Rieleritos. En 1964 ganamos el Campeonato Estatal y representamos a Sonora en el Nacional. Perdimos la final con San Luis Potosí. El año siguiente fuimos segundos en el estado.
Yo seguí jugando en Ligas Juveniles de Empalme, hasta que en 1968 me firmó el cubano Ossie Álvarez para jugar como profesional con los Charros de Jalisco.
Lo primero fue asistir a una escuela instruccional que tenían los Charros en Tehuacán, Puebla. Los instructores eran el propio Álvarez, Manolo Fortes y Felipe -El Burro-Hernández. Fueron tres meses de prácticas.
Para febrero de 1969, ya estaba en los entrenamientos de pretemporada de los Charros, presentes todos los peloteros de sus equipos de Liga Mexicana, Liga del Sureste y Liga Central.
En esa primera pretemporada, entrené con el equipo de la Central, bajo el mando de Benjamín “Cananea” Reyes. Y de ahí nos fuimos a jugar a la Liga Central y quedamos campeones. Yo peleé todo el año el campeonato de bateo y perdí al final por milésimas a pesar de haber conectado para .368.
Esa actuación en la fuerte Liga Central me valió para que me subieran al equipo grande el mes final de la temporada. Alcancé a participar en seis juegos. En ellos conecté mi primer hit en la Liga Mexicana de Beisbol.
En 1970, seguí bajo el mando de Cananea Reyes, pero ahora en la Liga del Sureste, jugando en Coatzacoalcos y Puerto México. Ese año no tuve participación con el equipo grande de los Charros.
Fue hasta 1971, que finalmente llegue ya al equipo grande de los Charros de Jalisco para tener una participación más constante. Y con el mismo Cananea de mánager. Pero a los tres meses nos mandan otra vez a sucursales, a Roberto Castellón y a mí, en la Liga del Norte de Sonora, con Mexicali.
Me perdí el épico campeonato de los Charros en 1971. En esa Serie Final, los Jalisco vino de atrás. Remontaron una desventaja de tres derrotas, ganaron los siguientes cuatro en la serie y se coronaron en siete juegos sobre Saltillo.
Otro caso curioso. En 1970 debuté en la Liga del Pacífico con Mayos de Navojoa, con el Burro Hernández de mánager. De ahí no paré de jugar en invierno hasta 1989. Mi último equipo fueron los Ostioneros de Guaymas.
En otra ocasión, si me lo permiten, les platico como fue ser pelotero profesional en los 70 y 80 en México, así como mi participación actual en el beisbol.
Pero todo -no lo olvidaré jamás-, empezó a mis diez años. El día que mi padre me regaló un guante de beisbol, y me entregó su sabiduría para apoyarme en mi camino.
Ah, y ningún empalmense ha pegado más hits que su servidor en las ligas profesionales de México. Algo hice bien.
Gracias a Don Roque López Sáinz, mi amado padre.