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Confesiones de un home plate centenario

Cuando me colocaron, hace ciento tres años, nunca hubiera imaginado que tanta historia iba a pasar por mi área perimetral de cinco lados. Grandes peloteros anotaron carreras sobre mi superficie hecha de hule. Por ejemplo, un 28 de abril de 1915, un muchacho de los Tigres de Detroit bastante irascible, originario de Georgia, se robó segunda, tercera y luego el home en el mismo inning ¿Cómo olvidar a Ty Cobb? Ojalá sus spikes hubieran estado menos afilados, pues muchas veces lastimaron mi delicada faceta.

Mi juego inaugural fue el 23 de abril de 1914, aunque he de confesar que el equipo de casa no pertenecía a grandes ligas, sino a la Liga Federal. Mi primer home team fueron las poderosas Ballenas de Chicago. Charles Weeghman, un empresario restaurantero, era el dueño del equipo y del Parque Weeghman, mi casa.

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La construcción del parque solamente tomó siete semanas y su costo fue de un cuarto de millón de dólares. Las tribunas acomodaban a 14,000 aficionados de las Ballenas, que quedaron en segundo lugar en 1914 y fueron campeones en 1915, pero desafortunadamente la Liga Federal tuvo problemas legales y Weeghman abandonó a su equipo para adquirir a los Cachorros de Chicago por medio millón de dólares.

Ese fue el principio de todos nuestros problemas. Tal vez el fantasma de las Ballenas abandonadas aún ronde por aquí, pues los Cachorros de Chicago perdieron las Series Mundiales de 1918, 1929, 1932, 1935, 1938 y el terrible 1945, última Serie Mundial disputada por los sufridos Cachorros. Ese fue el año en el que el Sr. Billy Sianis y su pestilente cabra nos echaron la maldición. Tal parece que los cetáceos y los ovinos son de mala suerte para el béisbol.

La ira de las abandonadas Ballenas también alcanzó al Sr. Weegham, quien perdió al equipo, su cadena de restaurantes y hasta a su esposa, que lo abandonó por andar de ojo alegre. Esto último es un chisme que me contó el cojín de primera base, que está en todo. El equipo entonces pasó a manos de un fabricante de gomas de mascar, el Sr. William Wrigley, quien cambió el nombre del parque a Wrigley Field.

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El zar del chicle mandó hacer mejoras al inmueble, que está enclavado en medio de un vecindario del norte de Chicago en las calles de Clark y Addison. Se mandó construir el segundo piso y colocaron unas hermosas enredaderas en la barda de los jardines. Algo que distinguió por muchos años al Wrigley fue que solamente se celebraban juegos con la luz del día.

En 1988, finalmente se instalaron lámparas en el Wrigley Field, cuatro décadas después que los demás parques. En agosto de ese año se celebró el primer juego nocturno vs Filadelfia. Lastimosamente, se pospuso después de 3 entradas 1/3 por lluvia. Fue un día memorable, cuando Rick Sutcliffe hizo su primer lanzamiento a home, cientos, tal vez miles de flashazos se dispararon simultáneamente. Nadie quería perderse la oportunidad de captar ese momento especial.

Cierto, no hemos sido campeones, pero aun así, me siento muy orgulloso de ser el home plate del primer estadio de béisbol donde se escuchó música de órgano y aquí se instituyó la tradición de cantar “Take Me out to the Ball Game” en la séptima entrada. El Wrigley es también el primer parque que permitió a los aficionados quedarse con las pelotas de foul. Aunque claro, es costumbre devolver al jardín las bolas de jonrón que son bateadas por el equipo contrario, faltaba más.

Hoy cumplo cien años y me siento como nuevo, aunque las maldiciones ronden al equipo. Puedo presumir que he visto siete juegos sin hit ni carrera y algo que nunca olvidaré, el famosísimo “jonrón cantado” de Babe Ruth en la Serie Mundial de 1932… Yankee arrogante, si quieren saber mi opinión.

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