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OPINIÓN

El arte del juego con la pelota de costuras rojas.

Me atrevo a afirmar que el béisbol es arte, todos y cada uno de los elementos que lo conforman, hacen de este deporte algo más que un simple pasatiempo.

Tratemos de hacer ese símil.

Por ejemplo, el béisbol puede ser comparado con la ópera: ya que es un género en donde la expresión lírica (la cual retrata sentimientos y emociones ante un objeto de inspiración) se demuestra ampliamente, asimismo ambas disciplinas son amadas más allá de la explicación racional por el aficionado, tienen un sentido dramático y las dos exigen un compromiso de tiempo y atención.

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También es comparable con la música clásica, ya que congelan el tiempo para sondear y exaltar el alma de emoción en todas sus etapas: obertura (primera entrada), orquestación (estrategias en el campo), interludio (séptima entrada) y grande finale (el out 27) desplegando acciones dignas del arte en cada lanzamiento, batazo, atrapada, barrida, decisión del ampáyer etc.

Las comparaciones continúan al pensar en el pitcher como el actor que sube a la loma y hace de esta un escenario mágico, en donde las emociones van acompañadas de melodrama, júbilo y otras acepciones propias de una obra de teatro. En cada lanzamiento acomoda los músculos y levanta su brazo para lanzar un slider en forma de tragedia, drama o comedia y así abatir con su fuerza al malvado oponente que busca destronarlo con un hit prolongado.

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Dentro de la mística del béisbol también existe un lenguaje no verbal que denota cierta mímica retórica, la cual nos transporta a un mundo lleno de posibilidades infinitas de imaginación. Como cuando el coach de tercera manda sin hablar (cual mimo) al corredor de primera a robar una base, nos muestra tantos ademanes en los que cabe un sinfín de combinaciones estratégicas, señas que al final de acto son indudablemente dignas del arte escénico.

La estética en el béisbol es tan importante como en las artes, el preparar el terreno de juego muestra los rituales dignos del preámbulo de un festejo, el uniforme impecable de los jugadores, la gorra que guarda los pensamientos y las armas del triunfo, como esa pelota envuelta en su olor animal, el guante que atrapa sueños o el bate golpeando demonios.

Así es como en cada atrapada el jugador al estirar sus extremidades, emula la imagen de una pintura o de de un danzante atravesando el espacio etéreo, clavando su mirada en el objetivo de atrapar, una vez y otra y otra vez, a la pequeña pelota blanca de costuras rojas.

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