Quien cierre sus ojos, logrará volver a sentir lo que significaba atravesar uno de esos oscuros túneles. O subir las escaleras de alguno de los accesos para llegar. Lo podrá ver de nuevo. Ahí está. La deslumbrante intensidad de las luces, coloreando el esplendoroso verdor del campo del Parque del Seguro Social.
Podrá escuchar el bullicio generado por las aficiones de los Tigres Capitalinos y los Diablos Rojos. Verá un graderío bañado en escarlata; y por el otro lado, el otro en negro y naranja. Era ambiente especial, único, inconfudible. Era atmósfera de Guerra Civil.
Solo quien siente en la piel esas reminiscencias, entiende uno de los capítulos más emblemáticos del beisbol en México. Un capítulo que se ha echado mucho de menos.
Una afición despojada
Los Tigres Capitalinos fue el equipo que fundara el entonces empresario y entusiasta del beisbol Alejo Peralta allá por 1955. El mismo que fue abrupta e intempestivamente arrancado de las entrañas de sus aficionados para irse a Puebla en 2001. Se iba un emblema deportivo para la ciudad y para sus aficionados. Así, de raíz y sin opción a negociar. Se acabó de un día para otro.
Se ha quedado la añoranza. En muchos se ha diluido, pero en otros se mantiene vigente. Como quien espera que algún día, de repente, lleguen esas buenas noticias que lo cambien todo.
Aún lo recuerdo. Siendo al mismo tiempo aficionado a los Tigres pero periodista en ciernes, cuestioné a Carlos Peralta, empresario e hijo del fundador de los Tigres. Era el día en que anunciaba que los Tigres se marchaban a Puebla.
“¿Qué pensaría su padre de saber que usted está tomando esta acción de mudar a los Tigres de la ciudad que los vio nacer y crecer?”, le pregunté.
Respondió. Pero no sin antes lanzarme una mirada desdeñosa. Tras un titubeo por lo incómodo de la pregunta: “Él estaría muy orgulloso y apoyando nuestra decisión”.
Quienes llegaban en vehículo particular para estacionarse en el escueto estacionamiento del Parque del Seguro Social, o en las calles aledañas al recinto en la Colonia Narvarte. Los que, como en mi caso y quizás el de la mayoría, caminábamos presurosos y emocionados esa larga cuadra al lado del Panteón Francés por la Avenida Cuauhtémoc tras salir de la estación del metro Centro Médico.
Todos, ellos y nosotros, sabemos que esas palabras de Carlos Peralta no eran más que un insulto a la afición y a la inteligencia. Pero sobre todo, era un insulto al pasado y a la historia de un equipo como Tigres. Siempre pensé que después de llevarse al equipo bengalí a Puebla y luego a Cancún, los restos de Alejo Peralta se retorcieron en su tumba por la afrenta.
La crisis de la Guerra Civil
Los Diablos Rojos tuvieron como casa el Foro Sol. Era aquel bosquejo de obra que inició como la futura casa del Cruz Azul, pero que acabó como un Frankenstein para conciertos y usos múltiples, incluyendo juegos de futbol americano. Y por supuesto, también fue un estadio de beisbol. Ahí, la Guerra Civil siguió escribiendo capítulos, aunque ya no tenía el mismo sabor, no generaba las mismas sensaciones.
En 2009 se difundió la noticia de que el empresario y propietario de los Tuzos del Pachuca, Jesús Martínez le puso una importante oferta sobre la mesa a Carlos Peralta: 5 millones de dólares por la franquicia. El dueño del equipo hidalguense estuvo dispuesto a aceptar el precio, pero se dice que el hijo del fundador de Tigres aludió a no poderlo vender “por temas familiares, por el estricto apego al equipo”.
Los aficionados saben que esas palabras no llevaban sentimiento alguno, al menos no uno que procediera del corazón.
Y ya ni hablar de cómo Tigres fue un equipo mantenido por el dinero de varios gobernadores del estado de Quintana Roo y las implicaciones que eso ha tenido, porque ese es tema para otro café, para otro momento.
En 2011 los Tigres barrieron a los Diablos Rojos en la Serie Final en el campo del Foro Sol para coronarse campeones de la Liga Mexicana de Beisbol. En esos juegos hubo un dejo de reminiscencia de aquellos años en los que la tribuna se dividía de manera simétrica. Eran dos bandos equivalentes, equidistantes, en el recinto de Viaducto y Avenida Cuauhtémoc. Aquel sabor de 2011, duró lo que dura un refresco de botella de 200 mililitros. Una dulzura efímera.
Un equipo en supervivencia
En febrero de 2017 se anunció lo que nadie hubiera imaginado desde 2001. Carlos Peralta anunció la desaparición de los Tigres, con su logo e imagen y nombre. La franquicia sería vendida, y eso era algo que se había resistido a hacer pese a varias ofertas que le fueron puestas sobre la mesa. El comprador no dejó de ser menos sorpresivo: el exligamayorista y leyenda del beisbol mexicano Fernando Valenzuela. El Toro mantuvo vivos a los Tigres, con su logo y nombre, aunque también se mantuvo su casa en Cancún.
De acuerdo con información de la Liga Mexicana de Beisbol, y en los últimos diez años, Tigres ha oscilado entre los lugares 7, en el mejor caso, y 13 en el peor, en asistencia total entre los 16 equipos. En 2015, año en que lograron su último campeonato, tuvieron el mejor promedio de asistencia en este lapso con 3770 aficionados por partido, mientras que en 2010 registraron la media más baja con 2619 por partido para el equipo, teniendo en cuenta que el Estadio Beto Ávila tiene un aforo para 9.500 espectadores.
¿Y por qué no volver los Tigres a la Ciudad de México en el Fray Nano?
En 2014, los Diablos salieron del Foro Sol para instalarse en el Estadio Fray Nano. Su remozamiento costó unos 45 millones de pesos, y ahí jugaron cinco temporadas con buenas asistencias, relativamente. A pesar de eso, en el total de la LMB siempre aparecían entre los últimos lugares. Y eso, por ser el estadio de menor aforo en la liga, con apenas 5,000 asientos.
Toda vez que el pasado 17 de marzo los escarlatas jugaron su último partido en el Fray Nano, les planteo una pregunta.
¿Por qué no podría ser ahí, el Fray Nano, la nueva casa de los Tigres y revivir la auténtica Guerra Civil?
Cuando se le ha preguntado a Fernando Valenzuela sobre esta posibilidad no ha dado muchos visos. No ha pronunciado demasiadas palabras. Pero ahora, más que nunca, las bases están sentadas para que El Toro lleve de regreso a los Tigres a la Ciudad de México.
Es la gran oportunidad para revivir a una franquicia que ha ido perdiendo relevancia y cuya mudanza no solo le cambió la cara a la LMB, sino que la cimbró.
La Ciudad de México, como mercado, es la piedra angular del país. El impacto mediático que brinda es nacional, las oportunidades de negocio, así como clientes y nuevos aficionados potenciales se traducen en una oportunidad magnífica e irresistible al mismo tiempo. Y a eso hay que sumarle lo más importante, lo aficionados que en 2001 fueron despojados de algo que también les pertenecía, pero que nunca tuvieron la oportunidad de defender.
Ya ni siquiera habría necesidad de invertir un solo peso en un nuevo estadio. El Fray Nano ya está ahí, cálido, íntimo, para los Tigres. Es el contraste perfecto a la frialdad que ha rodeado a los Tigres desde su mudanza. Y si nadie lo usará más como sede, es un strike cantado.
Lo único que habría que negociar es si se compra, se usa en renta, comodato, o de qué forma se sufraga el uso o alquiler del Fray Nano. Pero con un aliado del beisbol en la presidencia, eso parece lo de menos.
Habría todavía que remontarnos más atrás para ver los datos sobre cuál ha sido la rentabilidad de Tigres en Cancún. Pero quizás no haya que rascarle mucho. En los 10 años más recientes, ha sido un equipo mantenido por los gobiernos estatales; con promedios de entradas paupérrimas, y con escasa respuesta del público. Quizás, este es el momento ideal para repatriar a los Tigres, a ese lugar donde nació campeón. Que los Tigres vuelvan a ser Capitalinos, y que sea en el Fray Nano.