La premiada revista mexicana de interés general, sTAR News en su más reciente edición publicó la siguiente nota relacionada al beisbol y su visita al Estadio Sonora.
Nunca había ido a un partido de béisbol, es más, estoy casi seguro de que nunca había visto un juego de este deporte. Y es que, al igual que el norte del país, era algo totalmente ajeno a mí. Las reglas, la duración, los equipos; todo me parecía confuso y de cierta manera algo ajeno a nuestras costumbres, a nuestras tradiciones. No podía estar más equivocado. Hace unas semanas tuve la oportunidad de participar en la trigésima edición del Congreso Médico de mi especialidad. Desde el año pasado, cuando anunciaron que la sede sería Hermosillo me fui formando ideas de lo que descubriría en Sonora, he de confesar que no conocía ese estado y francamente me sorprendió. La gastronomía, la inmensidad de sus paisajes, su cultura y, por supuesto su gente, dejaron en mí un gran sabor de boca. El segundo día de actividades del congreso, tenía como agenda social un partido de béisbol entre el equipo local los Naranjeros de Hermosillo en contra de su acérrimo rival los Tomateros de Culiacán. “Vamos un rato, total no le entiendo mucho” pensé equivocadamente. En el traslado al estadio pude apreciar una ciudad joven y en crecimiento que presume orgullosa el estadio Sonora. “La casa del equipo más ganador de la Liga Mexicana del Pacífico y el equipo profesional con más títulos en México” anunció nuestro guía con el pecho inflado por la presunción. Y por lo menos, con las instalaciones nuestro anfitrión no se quedó corto. Uno de los estadios más nuevos del país certificado por la MLB para poder albergar juegos de grandes ligas. Toda una catedral al béisbol en México, con una fachada que se asemeja al Pinacate, ese mítico grupo de montañas y cráteres que se encuentran en la reserva de la biosfera y el gran desierto de Altar. Ya dentro, el ambiente era totalmente de fiesta, pero de fiesta familiar. Lo primero que vi fue a la familia Espino; padre e hijo de la mano ambos con el número 21 en el dorsal. El niño apresuraba a su papá a tomar su asiento y es que estaba por empezar el encuentro. Hicimos lo propio y en el momento que ocupamos nuestros espacios, casi de manera inmediata, nuestro guía se vuelve a poner de pie y nos anuncia que va a la tienda del equipo a buscarse una gorra y nos invita. Yo, totalmente confundido puesto que el juego estaba empezando, decidí acompañarlo. Veinte minutos después, gorra, casaca —por supuesto el 21— y llaveritos en mano, tomamos nuevamente nuestros asientos justo para ver la primera carrera del equipo visitante poniendo el marcador 0 – 1. Pedimos una cerveza para pasar el mal momento y bueno, también unos duros con salsa y unas ‘crujipapas’. Y al ver que la impotencia no disminuía fuimos también por unos tacos de carne asada. De regreso a mi asiento y junto con mis compañeros, conocimos a unas personas que
I had never been to a baseball game. What’s more, I am almost certain that I had never even watched one. Because, like the north of the country, that was something quite foreign to me. The rules, the length, the teams; everything seemed confusing and somewhat alien to our customs, to our traditions. I couldn’t have been more wrong. A few weeks ago I had the opportunity to take part in the thirtieth edition of the Medical Congress of my specialty. Since last year, when they announced that the host city would be Hermosillo I started forming ideas regarding what I would discover in Sonora; I must confess that I didn’t know that state and frankly I was surprised. The gastronomy, the immensity of its landscapes, its culture and, of course, its people, made a great impression. On the second day of the congress, I had as part of my social schedule a baseball game between the local team, the Hermosillo Naranjeros, against its We did the same, and as soon as we sat down, almost immediately, our guide stands up again and announces that he’s going to the team store to get a hat, and invites us to come along. I, totally confused as the game was starting, decided to join him. Twenty minutes later, hat, jersey —#21, of course— and key chains in hand, we take our seats again just to see the first run of the visiting team take the score to 0-1. We ordered a beer for the unpleasantness and, well, also some fried wheat crisps with salsa. As our helplessness was not subsiding, we also went to get some grilled meat tacos. Back to my seat and with my colleagues, we met some people who came from Culiacan, also to the congress, but faithful to the baseball tradition, they had to support their team, now playing as a visitor. To the sound of banda music and like dancing horses we were surprised by the euphoria of the stadium, a commotion that spread to us all; Hermosillo had just tied the game at the top of the fourth inning.
venían de Culiacán, también al congreso pero fieles a la tradición beisbolera no podían dejar de lado la oportunidad de apoyar a su equipo, ahora de visitante. Al son de música de banda y como caballos bailadores nos sorprendió la euforia del estadio, una algarabía que terminó por contagiarnos a todos; Hermosillo acaba de empatar el encuentro en la parte alta de la cuarta entrada. El juego siguió su curso y nosotros con él. Curiosamente, donde menos pasé tiempo fue en mi butaca. Platicamos en un lugar, bailamos en otro y desde todos lados te sentías conectado con el juego y sobre todo con la gente; ‘con la raza’, como dicen aquí. Con el partido empatado y a punto de iniciar la novena entrada, se vivía una tensión muy palpable entre los que apoyaban a uno y otro equipo y yo, que no esperaba mayor cosa, pasé de ser un simple espectador a un fan empedernido del 16 veces campeón de la Liga Mexicana del Pacífico y del equipo deportivo con mayor número de títulos en cualquier liga profesional en México. Al final, el encuentro lo perdimos. Pero ahora que lo pienso, ¿quién perdió? Ganamos todos. Gané yo. Y es que en definitiva, la experiencia del béisbol en Hermosillo es algo que sobrepasa los limites del deporte. Dicha experiencia sería inconcebible sin todas sus atenuantes, sin ese delicioso olor a comida; sin ese ambiente familiar donde los padres continúan con la tradición de llevar a sus hijos a disfrutar del rey de los deportes. Hoy estoy convencido de que algún día traeré a mi hijo a que vea un partido de béisbol conmigo, aunque no sea capaz de explicarle claramente todas las reglas o recordar las hazañas de grandes peloteros del pasado. No importa, no es necesario para disfrutarlo. Además, hoy sé que el 21 es el número sagrado del gran Héctor Espino y con esa historia es suficiente para empezar.
sworn rival, the Culiacan Tomateros. “Let’s go for a while, I don’t understand much anyway,” I thought mistakenly. On the way to the stadium I could see a young and growing city that proudly boasts the Sonora Stadium. “Home of the most winning team in the Mexican Pacific League and the professional team with the most titles in Mexico,” bragged our guide proudly. And, at least regarding the facilities, our host was not exaggerating. One of the most recent stadiums in the country certified by the MLB to host major league games. A whole baseball cathedral in Mexico, with a facade that resembles the Pinacate Peaks, that mythical group of mountains and craters located in the biosphere reserve and the Great Desert of Altar. Once inside, the atmosphere was nothing but party, but family party. The first thing I saw was the Espino family; father and son holding hands, both with the number 21 on their back. The boy was urging his dad to take his seat because the match was about to begin.
The game went on, and we went along. Curiously, where I spent less time was in my seat. We talked in one place, danced in another and from every side you felt connected with the game and especially with the people; with “la raza”, as they say here. With the game tied and about to start the ninth inning, there was a very tangible tension between those who supported one team and the other and I, who didn’t expect much, went from being a simple spectator to a hopeless fan of the 16-time champion of the Mexican Pacific League and the sports team with the highest number of titles in any professional league in Mexico. In the end, we lost. But now that I think about it, who lost? We all won. I won. Because without a doubt, the experience of baseball in Hermosillo is something that goes beyond the limits of the sport. Such experience would be inconceivable without all its factors, without that delicious smell of food; without that family atmosphere where parents keep the tradition of taking their children to enjoy the king of sports. Today I am convinced that one day I will bring my son to watch a baseball game with me, even if I’m not able to explain clearly all the rules or remember the feats of the great players of the past. It doesn’t matter, it’s not necessary to enjoy it. Besides, today I know that 21 is the sacred number of the great Hector Espino, and that story is enough to start.