En la década de los 60, yo jugaba con los Rieleros de Empalme. Dos años antes había ganado la Triple Corona de Bateo de la Liga Invernal de Sonora. El siguiente año, el campeón de bateo fue nuestro estupendo y excelente jugador David García Ruíz.
De regreso de Estados Unidos
En esos años estábamos en Estados Unidos y veníamos cargados de fama. Habíamos tenido un excelente año en la Clase C, en Fresno, California. Ahí impusimos un récord en el equipo de los Cardenales de Fresno, y en toda la Liga de California, al haber logrado entre los dos la mayor cantidad de doble plays en una temporada. David era el shortstop y yo jugaba la segunda base.
Ambos nos formamos como jugadores en los llanos de mi natal Empalme, Sonora, principalmente en el campo improvisado para jugar beisbol en El Tinaco. Después, José Uzcanga, un beisbolista veracruzano que en aquellos años estaba ya retirado con Empalme precisamente, nos ayudó mucho en los puntos finos del juego. Ahí fue cuando partimos a la aventura estadounidense con la organización de los Cardenales de San Luis.
El muchacho que llegó a pedir oportunidad
Pero a lo que voy, es lo siguiente. El Bayo Castro, quien era nuestro gerente en los Rieleros, llegó conmigo y me dice:
-“Ronnie, me llegó un chamaco de 20 años de Mexicali, Baja California, y quiere un chance en nuestro club”, me dijo.
-“¿Y dónde está?”, le respondí.
-“Míralo ahí, a tu lado”, y volteé, pero me sorprendí al verlo.
-“¿A poco? ¿qué juegas chavo?”, le pregunté.
-“El central”, contestó.
-“Calienta el brazo conmigo, y cuando estés listo, me avisas; no quiero que te forces ni te presiones. Solo hazlo natural”, le instruí.
-“De acuerdo, señor Ronnie”, me contestó de forma obediente y con timidez ese muchacho que apenas empezaba a jugar como titular en verano e invierno.
– “No, no, no, aquí soy tu gran cuate. Pero te agradezco que hables con respeto, porque eso te ayudará en el futuro”, le dije a aquel chamaco ambicioso y con hambre de jugar beisbol.
Por poco me desmayo
Empezamos con la prueba de potencia en el brazo. Con los primeros tres tiros que realizó, por poco y me desmayo.
Dos los pasó por arriba del techo de la grada central y el otro pegó en la malla.
-“¡Heeyyyy con esto tengo! ¡Excelente! Ahora a fildear flys a los dos lados y con fildeo de roletazos”, le dije. Había visto algo único.
Saúl Villegas, “Bronco” Rosales y el también novato Rigo Martínez, lo estaban mirando. El Silencioso habló: “¡Qué clase de machete se bota ese chamaco y trae ganas de jugar!”.
Ese día me maravillé con un brazo que forjaría leyenda en los jardines. Era el brazo de Ramón “Diablo” Montoya.