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MLB

El notable segundo acto del jardinero de los San Francisco Giants, Drew Robinson

Por Jeff Passan (ESPNdeportes.com)


EL 16 DE ABRIL DE 2020 Drew Robinson se despertó y empezó a escribir una nota, en la que le explicaría a sus familiares y amigos el por qué había decidido poner fin a su vida. Drew había pasado el último mes en casa, a solas, confinado por la pandemia y confinado dentro de su propia mente. Odiaba su vida. Detestaba que nadie estuviera consciente de cuánto odiaba su vida.

“Espero que, eventualmente, ustedes se den cuenta de que nadie podía ver que esto sucedía para poder evitarlo, debido a lo mucho que intento ocultarlo”, escribió, “y que no es culpa de nadie más”.

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Pidió disculpas. A Daiana, Darryl, Renee, Britney y Chad, las cinco personas que más amaba. Las personas que le conocían mejor y que, a pesar de ello, no podían ver la tristeza que le asfixiaba. Incluso ellos llegaron a creer el avatar que Drew había creado para representarle: un pelotero de Grandes Ligas, bien parecido, encantador, gracioso, de risa fácil y amplia sonrisa. Drew vivía su sueño, queriendo morir.

La sensación de culpa se entremezclaba con la paz, mientras firmaba su carta: “Lo siento. Drew Robinson”. Ahora, podía prepararlo todo, ordenar los restos de los últimos 27 años. Comenzó a limpiar la casa. Quería que el lugar estuviera impecable, tan limpio como lo recibió al momento de mudarse. Su familia ya tendría suficientes problemas después de esto. No les quería cargar con otro.

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Sus horas finales se desvanecían. Aproximadamente a las 5 de la tarde, Drew sintió una descarga de adrenalina. Era el momento.

Abrió su mesa de noche y tomó su pistola. Colocó la nota en el lugar más visible posible, sobre el mostrador de la cocina. Subió a su camioneta, con la idea de conducir hasta un parque cercano, donde había decidido hacerlo. Pero se sentía mal. Intentó con otro lugar. Decidió que no quería morir dentro de su camioneta. Condujo hasta su casa.

Drew se sentó en el sofá de su sala de estar. Se sirvió un vaso de whisky, luego bebió otro. Se detuvo. No sufría de problemas con la bebida y no quería que creyeran que lo tenía. Sus pensamientos comenzaron a chocar entre sí: pensaba en cómo se vería el lugar, a quienes afectaría su decisión y quién le encontraría. Estaba a solas, solo hasta el final. Aproximadamente a las 8 p.m., en un movimiento ininterrumpido, se inclinó a un lado, extendió la mano hacia la mesa de café, alzó la pistola, la apretó contra su sien derecha y haló el gatillo.

Se suponía que éste sería el final de la historia de Drew Robinson.

Durante las próximas 20 horas, se daría cuenta que era el inicio de otra historia totalmente distinta.


” ESTOY AQUÍ POR una razón”, afirma Drew Robinson. Faltan seis días para la Navidad del 2020. Se siente agradecido. Le quiere contar al mundo lo sucedido. De esa forma, él podrá curarse y, tal vez, ayude a otras personas a sanar también.

La razón, según afirma Drew, es que “debía contar una historia”, y no sólo la historia de lo sucedido. La historia verdadera (la historia importante) es lo que ocurrió después: cada minuto en el que está vivo, los momentos buenos y malos. No se trata de contar una versión aséptica en la cual un hombre se salva y, como resultado, vive feliz por siempre. Es una historia cruda, hermosa y fea, melancólica y triunfante, y todo lo que existe entre esos extremos.

Drew sabe que un millón de preguntas le rodean. Por ejemplo: ¿cómo pudo vivir durante casi un día completo, con un hoyo gigantesco del lado derecho de su cabeza, y otra herida del lado izquierdo, donde la bala pudo salir, sin recibir atención médica? Pocas personas sobreviven heridas de bala autoinflingidas al cráneo. Más raros aún son los casos de personas que sobreviven dichos episodios con claridad y un propósito. Drew expresa sus palabras con titubeos deliberados, con confianza. Reconoce su suerte. Lo vulnerable que sigue siendo. Su necesidad de mantenerse bajo terapia y tratamiento farmacológico. Que está bien no sentirse bien.

El intento de suicidio de Drew Robinson debería haber sido el final de su historia. En cambio, fue el comienzo de otra.Bridget Bennett para ESPN

Sabe que, en ocasiones, la vida se asemeja a un tornillo, que no deja de apretar, cada vez más y más fuerte. Sabe bien lo agobiante que esa sensación puede ser. Sabe que en Estados Unidos existe una crisis de salud mental que se agudiza cada vez más, que los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de ese país (conocidos por sus siglas en inglés CDC) han reportado que el 11% de los adultos estadounidenses encuestados en junio pasado han contemplado la idea del suicidio, que las ideas suicidas alcanzan al 26% de la población entre 18 y 24 años. Sabe que es difícil hablar sobre todo esto. Sabe que incluso es más difícil sufrirlo en carne propia. Lo sabe bien, porque lo ha vivido.

“Se suponía que debía pasar por esto”, afirma Drew. “Se suponía que debía ayudar a la gente a superar batallas que no parecen vencibles. Se suponía que debía pasar, totalmente. No hay otra respuesta. No tiene ningún sentido. Se suponía que debía pasar…”

“Actualmente, estoy libre”, expresa. “Me disparé, pero asesiné mi ego”.

No confundan sus expresiones con una suerte de glorificación de lo que hizo. No es su intención. Sobre todas las cosas, Drew quiere contar su historia con la idea de ayudar a otros a reconocer los horrores del suicidio. No necesitaba pasar 20 horas al borde de la hemorragia total. No necesitaba el titanio dentro de su cabeza y que el líquido cefalorraquídeo se filtrara de su cerebro. No necesitaba que su familia viera lo que vio, que pasaran por lo que pasaron, pasar todos los días preguntándose si realmente estaba bien, si lo volvería a intentar. El dolor de una muerte producto del suicidio o un intento suicida no se limita a una sola persona.

Actualmente, cada día le ofrece una oportunidad para ayudar a reparar lo que se ha roto. A sí mismo. A su familia. A cualquier persona dispuesta a escuchar su historia. Por ello, Drew ha vuelto a alzar pesas en la cochera de su casa, a hacer swings en la jaula de bateo, acostumbrándose a su nueva normalidad, con la intención de hacer historia en el mundo del béisbol. Está escribiendo, por primera vez en su vida. Se detiene frente a un espejo, mirándose a sí mismo, a sus cicatrices visibles e invisibles, a las nuevas siluetas de su rostro. Un rostro que él desea que todo el mundo vea, sin importar su aspecto.

“¿Cómo puedo pasar por todo esto, sin conseguir una forma de intentar ayudar a otras personas, o de repercutir en las vidas de otros?”, afirma. “¿Simplemente [me limito a] pasar por esto y seguir adelante con mi vida? No hay forma de hacerlo. Ésta fue una señal importante. Una señal enorme y dolorosa, que me indica que debo ayudar a la gente a superar algo que no creen que se pueda vencer”.

Drew está convencido de que tiene la misión de hacer algo. Ello quedó en evidencia, como ahora lo entiende bien, cuando pudo abrir los ojos y darse cuenta de que permanecía con vida.


EL 16 DE ABRIL poco después de las 8 p.m., Drew miró a su alrededor. Se sentía confundido. ¿Qué pasó? ¿Por qué sigo aquí?

Vio sangre regada por todos lados. Quería limpiarla. Levántate del sofá, se dijo. Quizás alguien quiera quedárselo.

Drew se acostó sobre el piso de madera. Pasaron treinta minutos. Se sujetó la cabeza, en un intento por detener la hemorragia. Tomó una toalla sucia. No sirvió de mucho. Decidió tomar una ducha. Cuando entró al baño, la desorientación le afectó. Resbaló y se golpeó la cabeza contra la manilla, justo en la herida donde ingresó la bala. Pero aún no le dolía. ¿Cómo? ¿Por qué?

Drew se acostó, enrollado sobre el piso de la ducha. El agua corría sobre él. Se secó y se desplomó sobre la cama. La sangre en su boca le causó náuseas; por lo que regresó al baño. No quería vomitar sobre la alfombra. Sus familiares tendrían más cosas que limpiar.

Mientras se inclinaba sobre el inodoro, su cabeza golpeó la porcelana. Se levantó e intentó cepillarse los dientes.

Qué ridículo, pensaba. Un hombre, con un hoyo en el cráneo, se cepilla los dientes.. Entonces decidió usar enjuague bucal para acabar con el mal sabor. Insertó papel sanitario en las fosas nasales, para evitar que la sangre goteara por la garganta.

Volvió a su habitación. Era cerca de la medianoche, cuatro horas después que Drew haló el gatillo. Mientras cerraba sus ojos, pensaba: Aquí es donde moriré.


DREW ROBINSON SE CRIÓ a las afueras de Las Vegas, en una calle llamada Magic Moment Lane (“Ruta de los Momentos Mágicos”). Era el hijo menor de Renee y Darryl Robinson. Su hermana Britney era seis años mayor que él; su hermano Chad, le superaba en cuatro años y medio. Drew era mascota y pera de boxeo, acompañante y molestia, el típico hermano menor que sólo quería cariño y atención.

Se colaba en la puerta del perro del vecino para robar golosinas que obsequiar a la colección de mascotas de la familia Robinson: perros, gatos, iguanas, hasta una rata enjaulada. Se escondía dentro de las despensas, la lavadora y la secadora; en cualquier sitio donde pudiera contorsionar su pequeño cuerpo. Se despojaba de toda su ropa, salía corriendo, se subía a una bicicleta y empezaba a correr. Nada avergonzaba más a Britney que escuchar a un amigo decir: “Tu hermano está desnudo, otra vez”.

Cuando tenía 7 años, Drew fue a un Walmart para comprar un anillo para obsequiar a su madre. Estaba hecho de metal barato y pedazos de vidrio y costaba $7.77. Renee lo utilizó hasta que se hizo pedazos. Ella llevó las piezas a un joyero, quien le hizo una versión más resistente que sigue disfrutando 20 años después. Cada vez que ella inserta su dedo en él, piensa en su niño travieso.

Cuando Drew le compró el anillo, Renee y Darryl estaban en pleno proceso de divorcio. Esto destrozó al pequeño. Recuerda preguntarse a sí mismo: ¿Tengo algo malo? ¿Por qué mamá está tan enfadada conmigo? ¿Qué he hecho? Nunca llegó a expresar dichas interrogantes en voz alta. Los Robinson no hablaban de esa clase de cosas. Rara vez se abrazaban. Simplemente vivían, un día tras otro.

“No éramos muy buenos a la hora de manejar nuestras emociones”, expresa Drew. “Y eso causó mucho estrés y problemas internos. Creo que todos teníamos esta idea de una familia perfecta y cosas así. Cuando no cumplíamos con ese ideal, verdaderamente cuestionábamos todo lo que hacíamos”.

Después del divorcio, la familia Robinson se dividió. Los varones se fueron a vivir con Darryl. Britney se quedó con Renee. Encontraron un terreno común: el diamante de béisbol. Chad creció hasta alcanzar 6 pies y 5 pulgadas de estatura, llegando a ser considerado uno de los mejores diestros del béisbol de escuelas secundarias en todo el país. Drew era de menor tamaño; sin embargo, tenía talento, elegancia y naturalidad. Casi todos los fines de semana, los Robinson se reunían en un torneo de béisbol, dejando cualquier animosidad a un lado, todo con el fin de apoyar a sus muchachos.

Chad, que fue tomado en el draft por los Milwaukee Brewers en 2006, impuso un estándar casi imposible de igualar; a pesar de ello, Drew consideraba cualquier logro inferior como un fracaso. Ansiaba la perfección. Jugó en el primer equipo de la Secundaria Silverado como novato, jugó algunos partidos en su segundo año, hizo el estirón antes del tercer año y se convirtió en todo un prospecto: 6 pies y 1 pulgada de estatura, con un poderoso swing zurdo y la habilidad para jugar al campocorto y los jardines: era el mejor pelotero de la Silverado desde su hermano.

Era popular. Las chicas le adoraban. Él las amaba, una tras otra, hasta que llegaba la siguiente… Sin embargo, la cadena terminó tras conocer a Daiana Anguelova. Drew estaba a punto de graduarse de la Silverado. Le pedía a un amigo en común que firmara su anuario. Daiana estaba presente. Drew no quería ser descortés; por eso, le preguntó si ella quería escribir en su libro. Así lo hizo, con la frase “Eres lindo”.

Mucho antes de ese momento, Daiana le había dicho a otro amigo: “Tengo que conocerlo”. Drew tenía algo magnético, a pesar de que no parecían ser una pareja obvia. Él podía ser ruidoso, altisonante, siempre intentando verse y actuar como el más “padre” del grupo. Ni Daiana ni el mundo exterior podían ver cómo Drew se percibía a sí mismo: no era el bromista, sino el chiste.

Drew se refería a sí mismo en primera persona del plural, como si tuviera un compañero siempre presente que compartiera sus miserias.

“Cuando algo iba mal”, expresa Drew, “pienso: ‘¿por qué ocurre esto?’ La voz en mi cabeza respondía: ‘Pues bien, claro que ocurre. Se trata de nosotros. Así es tu vida. No puedes disfrutar de estas cosas'”.


EN SUS ÚLTIMAS dos temporadas en la secundaria, Drew fue uno de los mejores peloteros dentro de la histórica Clase del 2010 en la región de Las Vegas, entre quienes se incluía a Bryce Harper, primer elegido del draft, y Kris Bryant, quien jugaría béisbol universitario y pocos años después, sería elegido en el segundo puesto general. La organización de los Texas Rangers tomaron a Drew en la cuarta ronda, con el puesto 136. Recibió un bono por su firma de $198,000.

En el verano de 2010, llegó a Surprise, Arizona, con algunas prendas dentro de una bolsa de Walmart y un par de spikes. No tenía guante; tomó prestado el de un amigo de secundaria. En el día para reportarse al campamento, Drew llegó vistiendo camiseta blanca, pantalones cortos de baloncesto y pantuflas. Su compañero de habitación Jhonny Gómez le dijo que necesitaba una camisa con cuello. No había metido una en su equipaje. Así que le pidió prestada a Gómez una camisa polo Abercrombie & Fitch de color verde, que vistió durante los cuatro días siguientes.

Ser jugador de béisbol profesional no sólo trata de jugar al béisbol mejor que los demás. Es un proceso de adultez acelerada. Se trata de un joven de 18 años, pagando facturas, manejando las decepciones, navegando por las políticas organizacionales, forjando relaciones… entendiendo cómo vivir dentro de un universo diseñado para eliminar a los débiles.

El hermano de Drew ya había pasado por esta realidad. Las alarmas a las 4:30 a.m. para reportarse a los entrenamientos. Los viajes en autobús. Las cirugías en el brazo. Para esta época, la carrera de Chad estaba empezando a decaer, y pasaría todo un lustro dando tumbos por la pelota independiente, para entender que este deporte que él adoraba no le iba a corresponder.

Si Chad y Drew hubiesen conversado con mayor frecuencia, Drew habría sabido bien cómo funcionaba el sistema del béisbol profesional: cómo sus elementos físicos palidecían en comparación con sus exigencias mentales. Pero hablar no era lo suyo. Drew tendría que aprender por sí solo a navegar por esta cruel curva de aprendizaje.

El béisbol puso en evidencia las grietas que se escondían tras la careta de estabilidad mostrada por Drew. Su adoración por el deporte comenzó a vacilar. Un día, amaba el béisbol y al siguiente, lo odiaba. En 2011, durante su segunda temporada, bateó para .163 en Clase A baja. A pesar de sus dificultades, la organización de Texas lo ascendió a una liga de temporada completa en 2012, donde brilló. Su familia seguía con fervor la carrera de Drew. Él y Daiana seguían intercambiando mensajes de texto de forma esporádica; pero ella cursaba estudios universitarios, mientras que él estaba demasiado obsesionado por el béisbol como para entablar una relación sentimental.

La vida de Drew Robinson parecía perfecta: un contrato de béisbol, una novia amorosa, una gran familia. Por dentro, sin embargo, había estado luchando contra la depresión y las dudas sobre sí mismo durante años.Rob Tringali/Getty Images

Daiana no había escuchado de él por meses, cuando un mensaje llegó a su teléfono en medio de un laboratorio de biología. La temporada 2013 estaba a punto de concluir. Drew había conquistado la liga de Clase A baja. Quería verla cuando regresara a Las Vegas. Se encontraron y se dieron cuenta de que estaban preparados para entrecruzar sus vidas. El instinto de atracción de Daiana hacia Drew tenía razón. Era divertido, bromista, un complemento perfecto. Ella era todo lo que la familia de Drew no era. Cuando comenzaron a surgir las dudas propias de la vida dentro del béisbol (¿Por qué ese chico tiene que mudarse? y ¿Qué estaré haciendo mal? y ¿Seré suficientemente buena para él?) , ella intentó borrarlas de su psique.

Para Drew, la situación no era sencilla. Intentaba ampararse en Diana, mientras pasaba por un mal momento en Doble-A durante la campaña 2014, y mientras brilló en ese mismo nivel en 2015. Todo el apoyo que ella le brindaba no podía liberarlo de sus dudas e inseguridades. De la nada, Drew rompió la relación.

“Él dijo: ‘No sé por qué te gusto'”, recuerda Daiana. “Estaba tan sorprendida. En mi mente, pensaba: ‘¿Qué quieres decir, no sabes por qué me gustas?’ Nunca lo olvidaré. Esa fue la primera vez en la que pasó algo que me hizo pensar: ‘¿Existe algo más profundo?'”

Daiana pensaba que, eventualmente, contraerían matrimonio y ahora, de la noche a la mañana, todo había terminado. Él proyectó sus defectos en ella. Veía su compasión (Daiana llevaba comida y agua a las fiestas con el fin de asegurarse que sus amigos no terminaran ebrios al punto del descontrol) como debilidad.

“Ella es la persona más generosa que he conocido jamás”, afirma Drew. “Por eso, cada vez que surgía cualquier indicio de mi infelicidad, ella quería ayudar. Yo no quería eso, porque estaba tan cerrado en mí mismo. Eso me alejó de ella. Me alejé de ella”.

Las peores partes de su ser terminaron arruinando lo mejor que tenía en su vida, y eventualmente Drew tuvo la suficiente perspectiva como para reconocerlo. Le pidió una reconciliación. Ella aceptó. Y él volvió a romper con ella. Se tornó en un círculo vicioso. Ella intentó empatizar con él, razonar la situación. Ella intentaba ver en él lo que éste era incapaz de ver en sí mismo.


A LAS 7 A.M. del 17 de abril, Drew despertó y finalmente, el dolor le impactó.

Cuando se movía, comenzaban a moverse varios pedazos de su rostro. Pensó en alcanzar la pistola y volver a intentarlo. Decidió tomar una ducha. En esta ocasión, no se cayó. Volvió a su cama, entrando y saliendo del estado de conciencia. Pasaban las horas. Escuchó la vibración de su teléfono. No se molestaba en leer los mensajes.

El dolor empeoraba. Intentó sentarse, pero cayó tumbado sobre el piso. Tenía sed. Consiguió suficientes fuerzas para ponerse de pie. Fue a la cocina, llenó un vaso de agua y, para aliviar el dolor, ingirió una pastilla de Tylenol.

Pasó por su mesa de café y vio la pistola. Tomó su teléfono y caminó de vuelta a su alcoba. Se detuvo en el baño y vio su rostro. Estaba irreconocible. La bala le había destrozado el ojo derecho.

Pensó en el béisbol; si alguien era capaz de jugar con un ojo. Se preguntó si pensar en el futuro significaba que intentaba sobrevivir. Consiguió una caja de banditas adhesivas y utilizó algunas para cubrir la herida. Empezó a hacerse preguntas, muy distintas a las anteriores. Esa píldora de Tylenol… ¿era un mensaje subconsciente de que quería sanarse?

Vio su teléfono por primera vez. Abrió un mensaje de texto.

“¿No hay problema si uso tu cochera?”

Había otro mensaje. Llegó una hora después del primero.

“Gracias”.

Los mensajes fueron escritos por Darryl. Estuvo en casa de Drew, entrenando en la cochera. Nunca abrió la puerta para entrar a su casa.


“LO HICE.”

Ese fue el mensaje de texto enviado por Drew a sus familiares luego que Jeff Banister, manager de los Rangers, le informó que había quedado en el roster del Día Inaugural de la temporada 2017. Con el pasar de los años, Drew y Renee habían encontrado una forma de llevarse bien. Por ello, los padres de Drew se sentaron con Britney y Daiana, quien no iba a perderse este momento, incluso a pesar de que ella y Drew ya no eran pareja. Chad se sentó junto a varios amigos en los asientos de las tribunas del outfield y disfrutaron de algunas cervezas.

Drew sumó dos turnos al bate en el tercer partido de los Rangers. Siete días después, fue descendido a Triple-A. Esa es la vida de una persona que había pasado siete años en ligas menores, que jugó como utility en vez de asumir una posición específica, que vivía al margen de este deporte y necesitaba rendir al máximo todos los años, para que no lo calificaran de ser demasiado viejo, demasiado improductivo, demasiado lo que sea. Este deporte es cruel por razones infinitas, y ésta era una más.

Volvió al equipo grande el 28 de mayo y descendió el 29 de mayo. Ascendió el 24 de junio, fue titular el 25 de junio en Yankee Stadium, conectó jonrón en su primer imparable en las Mayores, descendió el 26 de junio. Los Rangers volvieron a convocarle el 7 de junio y permaneció con el equipo por el resto de la temporada, ligando para .224/.319/.439, con seis cuadrangulares, jugando seis posiciones distintas.

Incluso después de llegar a las Grandes Ligas después de años en las menores, las dudas de Drew eran “paralizantes”, dice; constantemente cuestionaba sus decisiones dentro y fuera del campo.Rick Yeatts/Getty Images

Finalmente, Drew ya no era un ligamayorista que había subido para tomarse un café. Tenía 25 años, era un pelotero con poder, versatilidad y quizás, con un futuro. No solo dentro del béisbol. También con Daiana. Durante el receso de temporada, se reconciliaron y volvieron por tercera vez.

A pesar de que Drew actuaba como si perteneciera a los más altos rangos de la pelota, seguía sintiendo todo lo contrario. La voz que le acompañaba era implacable. Le había acompañado desde la niñez hasta la edad adulta. “Era totalmente paralizante”, expresa Drew. Dentro del camerino, se cuestionaba todas y cada una de las respuestas que daba a los periodistas. Dentro del terreno, cuestionaba hasta las cosas más triviales: su postura durante el himno nacional, cómo se veía corriendo para tomar su posición entre innings. En casa, se preguntaba por qué Daiana se molestaba en seguir con él.

¿Por qué todo apesta? ¿Por qué me sucede esto? ¿Estoy haciendo algo mal? ¿Por qué no puedes sincerarte con todo el mundo y hacerles saber cuánto te odias?

Las interrogantes se intensificaban.

¿Acaso vale la pena? ¿Mi vida merece la pena?

Drew volvió a quedar en el equipo grande de Texas tras el campamento primaveral de 2018. Jugó 22 de los primeros 27 partidos disputados por los Rangers. Una lesión de cadera se interpuso en su camino. Los Rangers le descendieron, volvieron a ascenderle, le descendieron, le ascendieron.

En diciembre de 2018, Drew fue cambiado a los St. Louis Cardinals. Decidió que haría borrón y cuenta nueva. Le propuso matrimonio a Daiana. Ella accedió. Fijaron una fecha para la boda: el 14 de noviembre de 2020.

Después de los entrenamientos primaverales, Drew quedó dentro del roster de grandes ligas de los Cardinals; sin embargo, una semana después de iniciada la temporada, fue enviado a Triple-A. Regresó el 31 de marzo, jugó tres partidos y volvió a descender. Regresó al equipo grande el 15 de abril, para descender el 16 de abril. El 22 de abril ascendió y el 23 de abril descendió. Nunca pudo volver al equipo grande. Se lesionó el codo del brazo con el que no lanzaba, requiriendo pasar por el quirófano. Los Cardinals le dejaron en libertad el 28 de agosto de 2019.

La voz que le acompañaba se hizo más fuerte. La depresión de Drew se agudizaba. Sus ideas suicidas se intensificaron. Comprendió que necesitaba ayuda. Comenzó a acudir al sicólogo. Leía libros de autodesarrollo. Quería verse de la forma que él creía que los demás se veían a sí mismos. “Pensé que ese era el mejor estado de ánimo de su vida”, afirma Daiana. “…Pensaba: ‘Vaya. Está haciendo cosas por él que quizás había necesitado hacer por largo tiempo”.

El 6 de enero de 2020, los San Francisco Giants pactaron un contrato de ligas menores sin garantías con Drew. En una reunión a principios del Spring Training con el manager Gabe Kapler, el presidente de operaciones deportivas Farhan Zaidi y el gerente general Scott Harris, expresó: “Confronto muchos problemas de autoestima”. El grupo le agradeció por su franqueza, pero la positividad que surgió del intercambio de opiniones fue efímera.

A pesar de que Drew seguía asistiendo a sesiones de terapia, éstas no le ayudaron a desprenderse de sus peores pensamientos. Su frustración consigo mismo se multiplicaba. Intentaba, con compromiso sincero, asumiendo su vulnerabilidad. Si bien Daiana y otras personas veían que Drew hacía progresos, él se sentía estancado. Drew no reconocía que esto era normal, que la salud mental es un proceso continuo y que no siempre las mejoras se producen en línea recta. Perseguía una panacea que no existe.

Drew se sentía preocupado de que su destino era volver a jugar en Ligas Menores, y no quería someter a Daiana a las modestas vicisitudes de la vida en esas instancias. Se preocupaba de que no era suficientemente bueno para ella. De que nunca lo sería. Drew canceló el compromiso matrimonial.

Las horribles preguntas seguían acumulándose. Una conducía a la otra: ¿A quién le importaría si me voy? Cuando tampoco pudo responder esa pregunta, Drew comenzó a planificar su muerte.

Drew acudió a un polígono de tiro ubicado en el área de Phoenix. Cada disparo despertaba otra pregunta: ¿Podía ser una posibilidad cierta? ¿Seré capaz de hacerlo? ¿Dónde lo haría?

No, se respondió. Es demasiado extremo. Habla con alguien. Podemos hacerlo. Habla con alguien. Consigue a alguien, aunque sea una conversación superficial. Haz un chiste. Ten un momento ligero. No. Nadie desea oír eso. Nadie necesita oírlo.

Entonces, el 12 de marzo, el COVID-19 apagó las luces del mundo del béisbol.

Drew regresó a Las Vegas, a una casa vacía, a la soledad, a la sensación de no saber quién era. Una semana después, acudió a una armería para comprar una pistola. El 30 de marzo, regresó a la tienda para recogerla. No tenía distracciones, no surgió alguna de esas conversaciones superficiales, o chistes, o momentos ligeros. No podía ir al estadio, no podía reunirse con sus amigos, no podía salir. Sólo estaban él y sus pensamientos, los mismos que se habían acumulado durante dos décadas.

Quería ver a Daiana. Ella dijo que no. Después de la última ruptura, ella juró darle prioridad a sí misma, a su bienestar. Eso implicaba que había que imponer límites. Cuando Drew se comunicó con ella, Daiana fue directa y al grano. Nada de charla trivial. Nada de preguntar cómo le iba. Cuando le preguntó si podía quedarse con Ellie, uno de los perros raza goldendoodle de ambos, Daiana dijo que no. La mascota les ayudaría a mantener cierta conexión, evitándole que pudiera dejar atrás su relación con Drew. Si ella no podía hacer vida con él, necesitaba hacerlo por sí misma.

Los días parecían una eternidad. Los amigos de Drew intentaban comunicarse con él, para ver cómo seguía. Querían hacer planes para celebrar su cumpleaños número 28 el 20 de abril. Les ignoró.

El 13 de abril, Drew se encontró con una dama que tenía una camada de cachorros. Encontró el perrito perfecto para él. Lo acarició, lo abrazó. Fue allí cuando un sentimiento horrible le invadió. Se disculpó. “Lo siento”, le dijo a la dama. “No puedo llevarme al perro”. Se fue, a toda prisa, dándose cuenta de la expresión de confusión por parte de la mujer.

“Ella no tenía ni idea”, afirma Drew. “¿Cómo podía saberlo? No me podía llevar al perro, porque pensaba suicidarme”.


APROXIMADAMENTE A LAS 3:30 P.M. del 17 de abril, Drew estaba sentado sobre el mismo sitio del sofá donde se había disparado. Su pistola y su celular reposaban sobre la mesa de café. Tomó la pistola con su mano izquierda. Sostuvo el teléfono con la derecha, pulsando sobre los números 9-1-1. Pudo haber halado el gatillo. En vez de ello, pulsó sobre el botón verde de “marcar”.

Seguía reflexionando, con su mente acelerada. Pensaba en Daiana, Darryl, Renee, Britney y Chad. Pensaba en el béisbol. Pensaba en las últimas 20 horas. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Intento sobrevivir?

Se le ocurrió, según afirma, en cuestión de un instante. Quiero vivir, se dijo Drew. No lo cuestionó. No podía permitir que la voz que le acompañaba entrase en él, ahora no. Antes de presionar el botón de “enviar” en su teléfono, volvió a su pantalla de inicio, abrió la aplicación de la cámara, cambió a modo selfi y se tomó una fotografía. Quería dejar un recuerdo del momento en el cual eligió vivir.

Drew llamó al 911. Eran las 3:44 p.m.

“Necesito una ambulancia”, dijo. “Anoche intenté suicidarme y sobreviví. Creo que quizás me desprendí mi ojo. No puedo abrir mi ojo derecho, tengo un hoyo inmenso en mi cabeza y tengo mucho dolor”.

“¿Qué hiciste?”, le dijo la operadora.

“Me disparé en la cabeza”, respondió Drew.

La policía que se encontraba en el área acudió prontamente a su residencia. Seis autos llegaron a su casa.

A las 3:51 p.m., la policía derribó la puerta principal. Temían que se trataba de una emboscada. ¿Un hombre se dispara en el cráneo y logra sobrevivir por 20 horas? Imposible.

A las 3:52 p.m., un oficial de policía le preguntó: “¿Por qué te disparaste?” Drew respondió, susurrando: “Porque me odio”.

A las 3:53 p.m., llegó una ambulancia.

A las 3:57 p.m., se ingresó a la ambulancia una camilla que portaba a Drew.

A las 3:59 p.m., la ambulancia partió con destino a la clínica UMC Trauma Center.

A las 4:00 p.m., otro oficial de policía sacudió la cabeza y dijo en voz alta lo que todos pensaban: “Es una locura que siga vivo”.


ESA NOCHE el teléfono de Chad empezó a vibrar. Era un mensaje de texto, con tres palabras, de un amigo que había practicado béisbol con él y Drew en la secundaria: “¿Está Drew bien?”

Chad pensó que sí. Pero se trataba de una pregunta extraña. Envió un mensaje al teléfono de Drew. No recibió respuesta. Llamó. Nada. Chad respondió a su amigo.

“¿Qué quieres decir con ‘Está bien Drew’?”

La respuesta del amigo fue difusa: escuchó que se había producido un accidente. Chad no entendía. ¿Qué clase de accidente? Un impacto de bala, respondió el amigo. Su tío, ex agente de Drew, le informó que se había enterado por alguien que trabaja en la organización de los Cardinals, a quien le informaron del incidente porque Drew seguía asegurado por las pólizas contratadas por el equipo.

Chad llamó a Britney, preguntándole si Drew estaba bien. Ella le preguntó qué quería decir con eso. Chad le informó de los mensajes de texto, de que había ocurrido un incidente con un arma de fuego. Britney sucumbió. No podía seguir manteniendo el secreto.

Unas horas antes, mientras se dirigía rumbo a casa después de trabajar, recibió una llamada telefónica del hospital. Ella respondió. Se le informó que era el teléfono de emergencias de Drew Robinson.

Por coincidencia, Britney se encontraba cerca de la salida de la autopista con dirección al UMC Trauma. Respondió que estaría allí en cuestión de minutos. Se le informó que no podía acudir al centro hospitalario. Nadie puede visitar, debido a la pandemia del COVID-19. Preguntó qué había sucedido. Se le informó que Drew había pedido al hospital que no revelara los detalles del suceso. Sólo se le podía informar que su hermano permanecía con vida y respiraba. Muy bien, dijo Britney. Comuníquenme con él.

Los recuerdos de las horas posteriores a su llegada al hospital son pocos, y llegan por pedazos. Los puntos de sutura para cerrar el agujero en su cabeza. Los analgésicos que le marearon. Y la llamada telefónica en la que le pidió a Britney que no le dijera a nadie. Ella intentaba obtener detalles de lo sucedido. Drew le respondió que no quería hablar al respecto.

Britney logró escuchar en el fondo de la llamada que una enfermera preguntaba dónde estaban su teléfono y su billetera. Ella le respondió a Drew que iría a su casa a buscarlos.

“No”, le imploró. “No vayas a la casa. Prométeme que no irás a la casa”.

Tras colgar la llamada, Britney no sabía que hacer. Llamó a un primo con quien mantiene una estrecha relación. Se preguntaban si Drew se había autolesionado. Britney le dijo a su novio que necesitaba su presencia. Fue en ese momento cuando Chad llamó. Después que Britney le dijo lo que sabía, Chad colgó, llamó al hospital y pidió que le comunicaran con la habitación donde permanecía Drew Robinson. Drew tomó el teléfono.

“¿Qué demonios está pasando?”, dijo Chad.

“¿Quién es?”, respondió Drew.

Ambos hablaban en raras ocasiones. Ninguno podía recordar cuando fue la última vez que se abrazaron. Pero cuando Drew se dio cuenta de que tenía a su hermano del otro lado del hilo telefónico, él tenía algo importante que decirle. Ignoró las preguntas de Chad y seguía repitiendo las mismas palabras.

“Mi destino es estar vivo, Chad. Mi destino es estar vivo. Mi destino es estar vivo”.


LOS SOBREVIVIENTES DE INTENTOS DE SUICIDIO,particularmente aquellos tan violentos como los de Drew, tienen una amplia gama de resultados. La combinación de trauma físico y mental generalmente requiere una reconstrucción del cuerpo y la psiquis que puede llevar meses o incluso años. Cuando la niebla de la anestesia se disipó y Drew se despertó de su primera cirugía, sintió amor, por la manta azul que lo calentaba, por cada respiración que llenaba sus pulmones, por su familia.

Nunca antes se había sentido obligado a decir que los amaba. Lo había hecho por costumbre, pasiva, reflexivamente, porque eso es lo que se supone que debes decir. Ahora, vivir como Drew, de un día para otro, en una tierra de nadie donde el pasado, el presente y el futuro se mezclan en una existencia sin rumbo e interminable, ya no era suficiente.

Drew estaba decidido a que su después iba a diferir del antes. Ésta era su oportunidad. Ser lo que siempre quiso y nunca pudo. Para arreglarse a sí mismo. Su familia. Otros. La compulsión, amar y compartir ese amor, fue instantánea.

Resulta que es alguien que necesita comunicarse. Espiritualmente, a través de la meditación. Reflexivamente, a través de la palabra escrita. Interpersonalmente, a través de la conversación. Drew conversó con todos los médicos y enfermeras que le explicaron el daño que dejó la bala a su paso y lo irregular que haría el camino hacia adelante. Les preguntó cuándo podría conseguir su teléfono celular y llamar a Daiana, Darryl, Renee, Britney, Chad y todos los demás con los que debería haber estado hablando en primer lugar. Tenía tanto que decirles, y se sentiría cursi y tan impropio de él, diferente de lo que era. Y eso estuvo bien.

“Nunca me abstendré de preguntarle o decirle a alguien, incluso si es algo simple”, dice Drew. “Oye, esta cosita me está molestando hoy. Solo diles. Quieren escucharla. La gente que te ama quiere escucharla, y si no tienes personas que te amen, los terapeutas quieren escucharla. La gente quiere escucharla. Los profesionales quieren ayudarte. Muchas personas en este mundo están dispuestas a ayudar a cualquiera que esté pasando por estas cosas. Puede ser una situación específica que te haga sentir como si estuvieras solo, pero nunca estás solo.

“Piénsalo. No todos pueden hacerlo. Entonces, si no todos pueden hacerlo, pero algunas personas pueden, es como tener una fuerza. Entonces, ¿por qué no puede ser una fuerza? ¿Por qué no puede ser algo que la gente es? ¿De qué estoy orgulloso? Oye, me acerqué a alguien hoy, le dije cómo me sentía y me sentí realmente bien. ¿Por qué no puede ser una fortaleza?”

Había encontrado esa fuerza en la experiencia, en esas 20 horas, en los detalles minuciosos que de alguna manera recordaba, en la consideración que le daba a su familia, en la idea de que podía volver a jugar béisbol, no solo para ver si podía sino para muéstrales a los demás que soñar es más una necesidad que una locura.


DESPUéS DE UNA NOCHE SIN DESCANSO Britney y Chad se despertaron antes del amanecer para contarles a sus padres lo que había sucedido. Primero fueron a la casa de Darryl.

“Antes de que les diga lo que les voy a decir”, dijo Britney, “deben saber que ahora mismo todo está bien”.

Darryl asintió.

“Drew se pegó un tiro”, dijo Britney.

Darryl, que estaba acostado en el sofá, se puso de pie de un salto. Los acompañó para decirle a Renee. Alrededor de las 8 a.m., llegaron a su casa. Ella estaba en su porche delantero. Chad le dijo que se sentara. Britney explicó. Renee se derrumbó. Hablaron durante horas. A primera hora de la tarde, Darryl, Britney y Chad decidieron ir a la casa de Drew. Renee se quedó atrás.

“Dijeron que es algo que una madre no necesita ver”, dice.

Entraron por el garaje. No estaban preparados para lo que vieron. Britney comenzó a buscar números de teléfono de limpiadores de materiales peligrosos.

“No”, dijo Darryl. “Lo estamos limpiando”.

A Drew le gustaba decir que él y su padre no podían ser más parecidos, y de alguna manera era cierto. Ninguno habló mucho. Ambos escondieron la emoción. Darryl era albañil y tenía las manos callosas por décadas de colocar ladrillos. La disciplina, el impulso y la ética de trabajo fueron sus rasgos definitorios. Darryl se arrepintió. Sobre el margen que les había dado a los chicos y el caos del divorcio y no hacer algo tan sencillo como recordarles todos los días que los amaba. Intentó ser un buen padre. Por lo general lo era. Pero hubo momentos en los que falló. Este no iba a ser uno de ellos. De ninguna manera iba a dejar entrar a un extraño en la casa de su hijo para ver los vestigios de su peor momento.

Darryl recorrió las paredes. Chad limpió los suelos. Britney se encargó de las toallas, las almohadas y las mantas. Pidió prestado un limpiador de alfombras industrial de su oficina. Durante dos horas, estuvieron sobre manos y rodillas, conscientes de que no podían borrar su realidad, decididos a borrar tanto como pudieran.

Debido a las restricciones de COVID-19, nadie podía visitar a Drew en el hospital. Así que durante todo esto y durante los días siguientes, Drew permaneció allí, solo de nuevo. Darryl llamaba todos los días a las 6 a.m. en punto, justo cuando las enfermeras cambiaban de turno, para ver cómo dormía. Britney hizo de portero. Había una contraseña para conectarse con Drew por teléfono. Ella determinó quién lo recibió. Los médicos la llamaron para informarle sobre su recuperación. Llevaba un bloc de notas a todas partes y anotaba mensajes y preguntas de familiares y amigos. Después de hablar con Drew, enviaría un mensaje de texto grupal con la actualización de ese día.

Daiana recibió los mensajes de Britney. No fueron suficientes. Todavía amaba a Drew, sin importar cuántas veces él le rompiera el corazón. Y si no podía verlo, encontraría la manera de acercarse lo más posible. Todas las noches, metía a Ellie y a su otro perro, Brodi, en el coche, conducía hasta el hospital y aparcaba en la oscuridad. Sacaba su teléfono y le enviaba un mensaje de texto a Drew, mensajes simples, como lo que hizo ese día, cómo estaban los perros. Habría tiempo para conversaciones serias, tiempo para respuestas. Por ahora, esto era lo que tenía que ofrecerle a alguien que, en una instancia menos vulnerable, dejó en claro que la necesitaba allí con él. Esto le diría inequívocamente: Soy yo


Después de salir del hospital, Drew quiso regresar a su antigua casa, donde todavía vive con su perra, Ellie. “Quería sentirlo de nuevo”, dice. “Quería sentir el poder. Todavía estoy aquí”.Bridget Bennett para ESPN

CUANDO LLEGÓ el momento de irse a casa, Drew le pidió a Renee que lo recogiera. Había pasado 12 días en UMC y otros cinco en un hospital psiquiátrico, que era obligatorio para los sobrevivientes de suicidio. Drew no se sentía como si perteneciera allí, pero no se detuvo en eso. Así habría manejado el viejo Drew la desilusión.

En el centro de salud mental, Drew había trabajado en un jarrón que le dio a Renee. Se disculpó por el trabajo de pintura del catawampus. Todavía no había conquistado su falta de percepción de profundidad. El viaje fue mayormente silencioso. No porque fuera extraño, dice que se sentía como si su madre lo estuviera recogiendo de un juego, sino porque ambos sabían a dónde iban. Fuera de la nueva puerta principal de su casa, Renee hizo una pausa. “¿Estás listo para entrar?” ella preguntó.

La alfombra era diferente, la mesa de café en el lugar equivocado, el sofá se movió hacia atrás más de lo habitual, pero parecía estar en casa. Drew necesitaba averiguar si todavía se sentía así. Caminó hacia el sofá y se sentó en el mismo lugar donde se disparó.

“Quería sentirlo de nuevo”, dice. “Quería sentir el poder. No quería sentir el lado malo, quería sentir el poder. Todavía estoy aquí”.

No era solo el sofá. Quería verlo todo. Entró al baño, miró la ducha. Inspeccionó el dormitorio. Estudió los tablones del suelo, incluso el que tenía un agujero de bala. Cuando Daiana, Darryl, Britney y Chad lo visitaron en la casa esa noche, los guió a través de las 20 horas, paso a paso, detalle por detalle. No dijeron nada. Drew pudo ver la angustia en sus rostros. “Nadie entiende cómo lo logré”, dice. “Nadie tiene que hacerlo”.

Dijo que podían preguntarle cualquier cosa. Así lo hicieron.

“¿Qué pude haber hecho?”

Nada. Era mi responsabilidad, no la tuya.

“¿Cómo es que nunca me enteré?”

Porque hice bien la tarea de ocultar mi tristeza.

“¿Por qué lo hiciste?”

Drew no tuvo una buena respuesta a esta pregunta. Recordó lo que le dijo al policía: Me odio a mí mismo. Y a veces eso es todo lo que se necesita.

Quería que se perdonaran a sí mismos. Mientras estaba en el hospital, tuvo una conversación similar con Renee. Él le aseguró que no era culpa suya. Que no era algo que ella hubiera hecho o no hubiera hecho. Drew la absolvió del impulso de culparse a sí misma. Por muchas veces que le gritara cuando era niña, por las cosas horribles que dijera sobre Darryl, él la perdonó.

Le prometió a Daiana que habría hecho lo que hizo incluso si ella le hubiera dejado llevarse a Ellie. Le dijo a Darryl que era lo suficientemente bueno, que era todo lo que Drew quería en un padre. Agradeció a Britney: por el daño colateral que sufrió durante el divorcio, por ser el pegamento de la familia, por todo lo que había hecho las dos semanas anteriores y todas las cosas que sabía que haría en el futuro. Le recordó a Chad que siempre estaría ahí para él. Que sus experiencias compartidas importaban. Crecieron en el mismo entorno, lucharon por las mismas luchas. Si Chad necesitaba hablar, si quería pasar el rato, Drew estaría allí.

Eso golpeó duro a Chad. Él era el hermano mayor. Se suponía que él era el protector. Y aquí estaba el pegado a su cola, el pequeño dolor en el trasero, consolándolo.

“Y ahí”, dice Chad, “es cuando me di cuenta de lo fuerte que es en realidad”.

Eso no fue lo que Drew más recordará sobre esa noche. Fue antes, cuando él y Chad se vieron por primera vez. Se miraron a los ojos. Cada uno vio al otro abrir los brazos. Se inclinaron y se abrazaron. Se apretujaron el uno al otro. A ninguno le importaba dejarlo ir.

“Esa es la primera desde que éramos niños, ¿eh?” Dijo Drew.


EL OJO HUMANO es una máquina sorprendentemente resistente, más dura de lo que parece al tacto, rodeada de huesos, músculos y grasa, colocada en la cavidad orbital para brindar una amplia protección de la vida cotidiana, pero no el impacto directo de una bala de 9 mm que sale de una pistola en movimiento a más de 750 mph.

Cuando la bala entró en la cabeza de Drew, casi inmediatamente le rompió el globo ocular derecho. Continuó a través de la pared orbitaria y a través de los senos etmoidales, las áreas huecas alrededor de la nariz. Le fracturó el seno frontal, lo que provocó la fuga de líquido cefalorraquídeo, lo que representa un riesgo de infección significativo. Pasó por alto las arterias principales de los senos nasales, que, de golpearse, podrían haber causado una hemorragia catastrófica. La bala pasó silbando más allá de su piso orbital izquierdo y sobre su pómulo izquierdo, a milímetros de arruinar su otro ojo.

“No tengo idea de cómo sucedió”, dice la Dra. Tina Elkins, cirujana de oído, nariz y garganta y profesora asistente de otorrinolaringología en la UNLV. “No tengo idea de cómo falló y no lastimó ese ojo”.

Los médicos habían hecho maravillas volviendo a armar a Drew físicamente. La primera cirugía fue para salvarle el párpado derecho. El segundo reemplazó los huesos rotos. El agujero de 1 pulgada de alto por 1¼ de pulgada de ancho en la cabeza de Drew ofrecía la entrada perfecta para Elkins. Usó tres placas de titanio de 0.6 mm de espesor y 14 tornillos autorroscantes de 1.2 mm para crear una nueva cuenca ocular. El procedimiento duró unas dos horas y devolvió la mayor parte de la simetría a su rostro. El tercero fue para reparar la fractura en su seno y detener la fuga de líquido cefalorraquídeo que, si no se trataba, podría haber provocado meningitis, abscesos cerebrales, dolores de cabeza crónicos y otros dolores asociados.

El ojo derecho de Drew estaba más allá de la reparación. La bala destrozó su interior y cortó el nervio óptico. El 11 de junio, UMC Trauma programó una cuarta cirugía, una enucleación: la extirpación del ojo de Drew. El Dr. Shoib Myint reemplazó el globo ocular con un implante, que dejó espacio al frente para un ojo protésico.

Durante 22 años, Myint ha sido cirujano plástico oculofacial, una especialidad de la oftalmología que requiere un toque hábil en dos aspectos: con el ojo mismo y las secuelas de la cirugía. Los resultados de la mayoría de los procedimientos médicos están oscurecidos, cubiertos por ropa o en partes del cuerpo que rara vez se pueden ver. El ojo es un punto focal de interacción humana, un imán para otros ojos, y la psicología de perder uno puede ser devastador. Cómo reaccionó Drew ante un asombrado Myint.

“Él es el único caso en mi carrera que he tenido que lidiar con enucleaciones, he hecho un montón de ellas, que ha salido en este estado mental y que tiene algún tipo de convicción, algún tipo de propósito”, dice Myint. “Lo admiro por hacer eso”.

Unos meses después de esas primeras cirugías, el 3 de septiembre, Drew condujo unas 20 millas hasta su antiguo vecindario, cerca de Magic Moment Lane, para visitar a Janet Chao, una ocularista que dirige el Laboratorio de avance de prótesis. Hace ojos para personas sin ellos. El proceso toma algunas sesiones: primero para tomar una impresión de la cuenca del ojo, luego usar acrílico y dar forma a la prótesis, que no es esférica, sino que se adapta al globo que Myint implantó, como una lente de contacto colosal.

Dos días antes, Drew había pasado horas en una silla en la oficina de Chao mientras ella miraba su ojo izquierdo y usaba pinturas al óleo y pinceles finos para replicar sus colores en la prótesis. Su arte era evidente en cada pequeño detalle: la pequeña mancha negra en su iris color avellana, el anillo de color marrón claro que rodea su pupila. Ella había usado hilo rojo microscópico para copiar el patrón de sus vasos sanguíneos. Ahora, había sido calentado y curado y brillaba con toda la vida de su ojo izquierdo. Drew levantó el párpado derecho e insertó la prótesis. Encaja perfectamente.

Lo usó en casa ese día. Su familia lo recibió allí. Él sonrió. Todos lo hicieron.

“Representa mi nueva mirada a la vida”, dice Drew. “Aunque tengo un ojo menos, no he visto cosas tan claras en toda mi vida”.


ELLOS QUIEREN creer eso. Quieren tanto creerlo. Quieren que todo lo que dice Drew sea verdad, que cada sonrisa sea real, que cada risa sea genuina, que cada castaña inspiradora digna de un póster esté arraigada en la realidad y no en otro barniz. Durante dos décadas ocultó su dolor. Su familia lucha contra la idea de que podría volver a hacerlo.

Todo es tan fresco, tan frágil. Lo escuchan decir gracias por cosas que aparentemente no justifican gratitud. Gracias por un mal día, porque le ayuda a apreciar mejor los buenos. Gracias por llegar tarde, porque es un recordatorio para que se vaya antes la próxima vez. Este es su proceso. La familia de Drew conoce los hechos. Los supervivientes de un intento de suicidio tienen un riesgo significativamente mayor de muerte futura por suicidio. Viven en un Estados Unidos en el que se estima que 1 de cada 4 adultos padece un trastorno de salud mental diagnosticable.

“No lo tengo todo resuelto, pero estoy trabajando en ello”, dice Drew. “No es algo que simplemente logras. No solo logras el crecimiento personal. No llegas a un punto en el que simplemente lo tienes y no tienes que trabajar en ello nuevamente. No es como una herramienta que simplemente lo consigues y lo tienes para siempre. No llegas a un punto en el que, “Oh, estoy feliz hoy. Eso es todo. Voy a ser feliz por el resto de mi vida”. Es lo mismo al contrario: “Tuve un día difícil”. Eso no significa que el resto de tu vida vaya a ser una mierda”.

Para el otoño, los días de Drew habían adquirido un ritmo familiar: medita, juega con sus perros, hace ejercicio y hace al menos tres llamadas a las personas que ama.Bridget Bennett para ESPN

Entre los días buenos y los malos, la mayoría terminan igual. Normalmente se despierta antes de su alarma. Llama a Ellie y Brodi, que se han quedado con él desde los primeros meses después de que dejó el hospital, y juega con ellos: “consigue un buen ambiente para el día”. A partir de ahí, entra a la cocina, bebe una jarra de agua, regresa a su oficina y medita durante 20 minutos. Luego al garaje para un entrenamiento matutino. Volverá a desayunar. Aunque perdió el sentido del gusto y el olfato después de las cirugías, Drew está aprendiendo a hacer algo más que avena. Quiere cocinar para los demás.

Por la tarde, intenta hacer al menos tres llamadas: conectarse, ponerse al día, hacer preguntas, hablar sobre cómo le va. Volverá a hacer ejercicio, ya sea en su garaje, en las jaulas de bateo o en un campo, antes de regresar a casa para escuchar música, ver televisión o pasar tiempo con su familia. Antes de irse a la cama, Drew saca su diario. A veces escribe una página o dos, a veces solo una oración. De cualquier manera, cada entrada termina con las mismas ocho palabras.

¡¡ME AMO A MI MISMO, Y AMO MI VIDA!!

Habla con terapeutas varias veces a la semana. Entiende que el uso de antidepresivos es un tratamiento para equilibrar su cerebro, de la misma manera que algunas personas con diabetes se regulan con insulina. Duerme lo suficiente, se ejercita como loco, controla su nutrición. Con la ayuda y el aliento del exGigante Hunter Pence, medita. De vez en cuando trabaja en un sitio de construcción con Darryl o hace entregas por Postmates para juntar algo de dinero extra y ocupar su tiempo.

Drew no ve esto solo como su regeneración. Los Robinson empezaron a curarse juntos. Escuchan a Drew hablar sobre el futuro y tienen esperanzas. Escuchan sus luchas y les tranquiliza saber que no se esconde. Tampoco lo son.

Chad habla abiertamente sobre ver a un terapeuta. Empezó hace casi dos años. El arco de su carrera en el béisbol había dejado una insatisfacción persistente que necesitaba abordar. “Me ha ayudado mucho”, dice, “pero todavía tengo mucho trabajo por hacer, y eso es algo que Drew me ha ayudado a entender. Dijo algo hace un par de meses, tal vez, porque como atletas, estamos sólo me preocupa el final del juego. No notamos las pequeñas y breves victorias”.

Britney fue diagnosticada con ansiedad y depresión en la escuela secundaria. Durante años, ha tratado de recordarse a sí misma que es suficiente y deseaba que quienes la rodeaban hicieran lo mismo. “La comunicación en mi familia nunca ha sido algo bueno”, dice. “Yo, personalmente, no tengo miedo de expresar mis sentimientos. Solo digo, ‘Oh, sí, ustedes lo entienden todo ahora'”.

Juntos, los Robinson se reunieron con la Dra. Shana Alexander, una psicóloga clínica que es la directora del programa de asistencia a los empleados de los Giants, para una sesión de asesoramiento familiar sobre Zoom. Si necesitan hablar más, les dijo, por favor llámenme. Al día siguiente, Darryl lo hizo. “Trato de no mostrar debilidad ni mostrar mis emociones a nadie”, dice. “Y pude hacerlo por teléfono porque no había nadie”.

Otra noche, Britney estaba hablando con Drew sobre sus 20 años. Su mal novio. Su consumo de drogas. Cómo empezó a investigar el suicidio y pensó en el método. Cómo envidiaba a la hija de la prima de Renee, que se había suicidado.

“Te sientes impotente. Como si nada”, dice Britney. “Lo mío fue que sentí que sería más fácil para mis amigos y mi familia no estar aquí. Así que no tuvieron que lidiar con mis altibajos y con los problemas de mi cerebro, porque algo anda mal con mi cerebro. Lo estoy imponiendo a otras personas. Y eso es lo que pensé: estarían mejor sin mí “.

Eso sonaba tan familiar para Drew.

“En cada escenario, pensaba en mi mamá encontrándome y simplemente no podía hacerlo”, dice Britney. “Simplemente, no pude hacerlo. Me rompe el corazón porque sé lo horrible que era ese sentimiento. Y saber que él se sentía incluso más bajo de lo que yo había llegado, no podía imaginarme estar allí. simplemente, no podía imaginarme eso porque es un sentimiento tan intenso “.

En los meses posteriores a que Drew regresara a casa, las responsabilidades de Britney se desvanecieron. Estaba acostumbrada a tomar notas, filtrar llamadas y enviar mensajes de texto que todos esperaban. Mientras Drew buscaba su propósito, ella estaba perdiendo el suyo. Los intentos de suicidio dejan atrás una especie de estela agitada que puede acechar incluso a una persona con años de terapia y medicación adecuada.

Britney terminó encontrando consuelo en un lugar inesperado: las palabras de la persona a la que había pasado todas esas horas apoyando.

“No voy a ir a ninguna parte”, le dijo Drew.


Drew comenzó a jugar béisbol nuevamente en julio, y pasó de batear en interiores desde un ‘tee’ a lanzar en vivo en un estadio.Bridget Bennett para ESPN

TIENE UNA OPORTUNIDAD.

Eso es lo que todos pensaron cuando la pelota salió del bate el 21 de octubre. Por primera vez desde que perdió el ojo, Drew Robinson estaba practicando bateo afuera. Detrás del plato, capturando el momento en video, estaba Jake Hager, una selección de primera ronda de 2011. En el montículo, lanzando para la práctica de bateo, estaba Sam Sadovia, un entrenador de béisbol local. En los jardines, tirando pelotas, estaba Johnny Field, un jugador de Grandes Ligas en 2018. Aunque el swing de Drew no se veía diferente al que tenía cuando estaba en las Grandes Ligas — el agresivo movimiento del bate, la patada de pierna con una rodilla doblada a casi 90 grados, el final con una sola mano — ninguno de sus 30 swings anteriores había dado un jonrón. Este envió la pelota silbando hacia el jardín central derecho en Las Vegas Ballpark, el estadio Triple-A donde los profesionales locales van para las sesiones de bateo de temporada baja.

“Levántate”, gritó Field.

Durante los últimos tres meses, Drew había realizado todos los movimientos en interiores. El 29 de julio dio el primer golpe a esta nueva realidad. Llevaba un parche sobre el ojo derecho y bateó con un batting tee. Sadovia, que llama a Drew “mi tercer hijo”, pensó inmediatamente para sí mismo: Él es mejor con un ojo que yo con dos.. A medida que pasaban los días y las semanas, siguió mejorando. Comenzó a golpear bolas rápidas de alta velocidad. Se enfrentó a máquinas que lanzaban bolas curvas y deslizadores, y las manejaba bien. Ahora el desafío era hacerlo en un estadio real y la pelota subía.

“Levántate”, repitió Hager.

La relación de Drew con el juego es complicada. Era su antiguo propósito, y aunque no culpará al deporte por el 16 de abril, tampoco puede absolverlo. Entonces, volver, volver a entrar en el mundo que lo empujó hacia sus peores impulsos, es peligroso. Él lo sabe. Pero también sabe que está en un mejor lugar para manejarlo.

Ya no necesita el béisbol de forma elemental. Esto es una prueba. De su fuerza, determinación y disposición para coquetear con el fracaso. Batear a los lanzadores de Grandes Ligas con dos ojos activos es extraordinariamente difícil. Hacerlo con uno, y el ojo trasero en eso, solo aumenta el grado de dificultad. Solo un hombre perdió un ojo y jugó en las ligas mayores: Whammy Douglas, quien lanzó 47 entradas para los Piratas en 1957.

Myint, el cirujano ocular, dice que la visión binocular de dos ojos proporciona elementos para la percepción de profundidad de cerca. Pero los bateadores generalmente deciden hacer swing cuando la pelota está a unos 45 pies del plato, donde los problemas de percepción de profundidad, dice Myint, no necesariamente se manifestarían. Y debido a que, como jugador de béisbol, el cerebro de Robinson ya ha exhibido una habilidad única para rastrear movimientos de alta velocidad, la aptitud que había estado mostrando en todas estas sesiones de práctica de bateo, dice Myint, podría ser muy real.

“Levántate”, dijo Drew, más tranquilo que los demás.

Todos estos años, la parte física le resultó fácil a Drew y la parte mental lo irritaba. Con este jonrón en la práctica de bateo, podría revertir esa tendencia. Si no fuera tan fuerte mentalmente como ahora, no habría manera de que pudiera hacer esto físicamente.

“Vamoooos”, gritó Hager.

La pelota se coló sobre la cerca. Drew dio un pequeño salto y trotó hasta la primera base. Allí se detuvo. Guardaría toda la fuerza de la carrera para un juego, en la remota posibilidad de que alguien le ofreciera la oportunidad de jugarlo nuevamente.


Solo un hombre ha perdido un ojo y luego jugó en las Grandes Ligas. Drew está intentando convertirse en el segundo.Bridget Bennett para ESPN

DREW SIGUIÓ EN contacto con los Giants después de salir del hospital. No fue solo Alexander, el psicólogo clínico. Envió mensajes de texto con Kapler, el mánager, y Zaidi, el presidente de operaciones de béisbol, y Harris, el gerente general. Enviaría fotos de sí mismo con su nuevo ojo y videos de sí mismo haciendo peso muerto 415 libras y haciendo swings. A principios de mayo, cuando la gente alrededor del béisbol honró a los trabajadores de primera línea, Kapler puso pedazos de cinta adhesiva con los nombres de las enfermeras de Drew en UMC en su camiseta.

En el otoño, Drew preguntó si podía hablar con los jugadores y el personal de los Giants. El Día Mundial para la Prevención del Suicidio fue el 10 de septiembre. Jugar béisbol era importante, pero fungible. Si Drew iba a ayudar a los demás, no solo a los de su círculo, sino a todas las almas en problemas a las que pudiera llegar, contar su historia, pensó, era la forma más impactante. Los Giants acogieron con agrado la idea.

Llegó a Oracle Park el 9 de septiembre, el día en que los incendios forestales de California volvieron el cielo anaranjado. Él estaba nervioso. Llevaba una mascarilla con el logo de los Giants. No usó su prótesis. Los jugadores, entrenadores y demás personal se reunieron afuera. Alexander lo presentó. Él agarró el micrófono.

“Primero, solo quiero agradecerles por todo”, dijo Drew. “Lo que he pasado en los últimos meses ha sido la experiencia más poderosa de la manera más positiva. Las lecciones que he aprendido de lo que he pasado es algo que quiero compartir”.

Les dijo que quería leer una reflexión que escribió. Advirtió al grupo: “Es un poco pesado. Pero quiero que sepan que esto es algo que es importante para mí”. Drew respiró hondo y empezó a hablar.

“El 16 de abril, alrededor de las 8 pm, intenté suicidarme y me pegué un tiro en la cabeza. Un día después, el 17 de abril, alrededor de las 4 pm, llamé yo mismo al 911 en un intento de salvar mi vida. Más tarde esa noche, no solo mi vida fue salvada, pero renació y se reinició”.

Drew habló durante unos siete minutos. Sobre la importancia de hablar y la necesidad de los demás y cómo pretendía darle otra oportunidad al béisbol. Vio gente llorando. Algunos pensaban en familiares o amigos perdidos por suicidio. Otros lloraron por él.

“Recuerdo haber tenido este pensamiento en mi cabeza: es el tipo más duro que he conocido”, dijo el jardinero de los Giants Alex Dickerson. “No sólo físicamente, sino mentalmente y lo valiente que es para hacer lo que hace”.

En septiembre, Drew regresó a San Francisco para hablar con el equipo, incluido Pablo Sandoval, sobre su experiencia para el Día Mundial de Prevención del Suicidio.Courtesy Drew Robinson

Las palabras de Drew resonaron en Dickerson. El béisbol había jugado con su bienestar emocional durante casi una década. Al igual que Drew, llegó a las grandes ligas alrededor de su cumpleaños número 25. Las lesiones lo dejaron marginado durante dos temporadas completas. No sabía si volvería alguna vez. Los Giants lo adquirieron de los San Diego Padres en 2019 y le dieron turnos al bate de tiempo completo. En 2020, bateó .298 y slug .576. Fue uno de los mejores bateadores de la Liga Nacional.

Después de que Drew terminó de hablar, Dickerson lo llevó a un lado. Recordaron el pasado y se dieron cuenta de que se habían enfrentado en un torneo de la escuela secundaria en 2007. Drew también se conectó con otros: sobre el béisbol, sobre las luchas, sobre lo que significa estar vivo.

“Demostró el poder de la vulnerabilidad y lo hizo parecer tan simple con solo hablar”, dice Alexander. “Animó a las personas a que se conectaran entre sí y hablaran más. Y eso en sí mismo fue una gran barrera que rompimos al traerlo y mostrar a los jugadores que todos somos susceptibles a las enfermedades mentales. Todos podemos luchar a veces. No importa quiénes seamos, cuán ricos seamos, cuán atléticos seamos, cuán perfecta pueda parecer nuestra vida. Es mucho más que eso”.

Esta fue la razón por la que Alexander se unió a los Giants el año pasado: para enfatizar la importancia de la salud mental de la misma manera que las organizaciones suelen hacerlo con la habilidad física. El discurso de Drew al equipo fue un ejemplo perfecto. Y Drew se fue de San Francisco ese día sintiéndose contento: si esto fue lo último que hizo con los Giants, se sintió bien por eso.

El 22 de octubre, el día después de que conectó el jonrón al aire libre, Drew entró en pánico. Se había perdido un mensaje de texto de Kapler. “¿Tu estas despierto?” decía.

Cuando llamó Drew, Kapler le dijo que había hablado con Zaidi y Harris, y todos estuvieron de acuerdo: tenía que permanecer en la organización. Ellos se preocupaban por él. Querían gente como él cerca. Creían que aún podía jugar béisbol en las Grandes Ligas. Los Giants le estaban ofreciendo a Robinson un contrato con una invitación a los entrenamientos de primavera de ligas menores. No estaría en la misma casa club que los jugadores de Grandes Ligas. No habría dinero garantizado ni un lugar en el roster. Pero tendría la oportunidad de abrirse camino hasta allí.

“Esta oportunidad no se le regaló a Drew”, dice Zaidi. “Se la ganó. Tuvo un gran campamento con nosotros la primavera pasada, y se las arregló asombrosamente para mirar hacia afuera y ser un gran contribuyente a la organización, incluso cuando tuvo que trabajar incansablemente para regresar al campo. Estamos orgullosos de que sea un Gigante, y estamos emocionados de verlo competir por un trabajo en el campamento”.

Drew no recuerda lo que dijo. Solo que tanteó las palabras y no pudo agradecer lo suficiente a Kapler. Iba a jugar béisbol de nuevo. Cuando se miró en el espejo el 17 de abril, vio el agujero en su cabeza, se dio cuenta de que su globo ocular estaba hecho pedazos y pensó en el béisbol, no era una fantasía.

Esta vez, no compartió las buenas noticias con un texto de tres palabras. Llamó a todos: Daiana, Darryl, Renee, Britney y Chad. Pensó en cómo sería volver a verlos en el campo, para celebrar con una familia que realmente se siente completa.

“Incluso si no lo logra, tiene mucho más que decir y hacer en su vida”, dice Darryl. “Todos estamos aprendiendo de Drew en este momento. Para ser mejores personas”.


A MEDIADOS DE NOVIEMBRE, un sentimiento familiar se apoderó de Drew. Algo estaba mal. Comenzó saltándose un entrenamiento, luego perdió una sesión de meditación o una entrada en el diario. Estar vivo requiere mucho, y las presiones de esta rutina, de las nuevas expectativas que se había fijado, estaban convergiendo. Su mente comenzó a correr. Se dijo a sí mismo que estaba siendo un holgazán. No estaba haciendo el trabajo necesario para mantenerse saludable. Su diálogo interno sonaba como el compañero. Si no puedo hacer el trabajo, ¿por qué merezco la felicidad? Si ni siquiera puedo hacer lo suficiente para ganarme la felicidad, ¿cuál es el punto? No salió de su habitación durante un día, luego dos, luego tres.

“Sentí que el mundo se acababa”, dice. “Tuve mi primer pensamiento suicida pasivo, que realmente me asustó: ‘Deseé haber tenido éxito'”.

No. Eso es lo que Drew trató de decirse a sí mismo. No. Esta vez, sabía que tenía las herramientas. Entendió lo que tenía que hacer. Llamó a Daiana a su habitación. La miró a los ojos. Y él dijo: “Creo que estoy luchando contra la depresión en este momento”.

“Aunque no quería escucharlo, estaba muy agradecida”, dice Daiana. “Es la primera vez que dice algo así. Tan abierto y honesto acerca de cómo se siente en lugar de que yo me pregunte qué está pasando”.

Pronunciar esas palabras sirvieron de ayuda. Drew habló con amigos y familiares, con sus terapeutas. La tristeza disminuyó lentamente. Volvió a su rutina. Los recordatorios de Daiana fueron un bálsamo. Necesitaba darse gracia a sí mismo en los días en que se quedaba corto. Saber que está bien no estar bien. Seguir hablando.

“La mayoría de las personas en esta situación, cuando les cuentas lo que sucedió, piensan, vaya, eso es genial. Él sobrevivió”, dice Daiana. “Nadie se da cuenta de las cosas que vienen con eso. No es que sobrevivas a algo tan extremo y todo sea perfecto. Estás comenzando de nuevo. El pasado no se ha ido”.

No solo para Drew, tampoco. Hace un par de años, Daiana estaba leyendo una historia sobre el trastorno obsesivo compulsivo y sintió una explosión de reconocimiento. La ansiedad la había atormentado durante más de 15 años y, de repente, tenía un nombre para los sentimientos que había experimentado. Nunca había hablado con mucho detalle con Drew al respecto. Tenía sus propios problemas. Daiana no quería estorbarlo. Luego vino el 16 de abril.

“Que él compartiera su historia me hizo sentir más cómoda al hablar de ella”, dice Daiana. “Sé que ya no estoy luchando sola”.

Drew no ve esto solo como su regeneración. Los Robinson empezaron a recuperarse juntos, gracias a las sesiones familiares de terapia mediante Zoom y las largas conversaciones.Cortesía Drew Robinson

Las semanas desde entonces han mejorado para ambos. Disfrutaron del tiempo en familia en Navidad. Drew se durmió a las 10:30 p.m. en la víspera de Año Nuevo y Daiana se rió de él por eso. La semana pasada, Drew realizó una práctica de bateo en vivo contra Chasen Bradford, un lanzador de Grandes Ligas de 2017 a 2019, y conectó un jonrón ante un sinker. Hay días buenos y malos, momentos altos y bajos, y casi siempre Drew y Daiana están juntos para celebrar lo primero y resistir lo segundo. Ambos saben que no deben mirar demasiado lejos.

Sin embargo, mirando hacia atrás, hay un día específico que Drew no puede olvidar. Fue justo antes de que llegara la depresión. Él y Daiana estaban en un parque. Se suponía que Drew atraparía pelotas elevadas, excepto que otro amigo que apareció no era muy hábil para batearlas. Daiana se ofreció como voluntaria. Ella se enredó con el bate, lanzó la pelota al aire y recibió un golpe. Drew se acercó, lo atrapó y se la devolvió. Ella se balanceó y falló tres veces seguidas y ambos se rieron antes de que ella comenzara a pegarle. Ella batearía; él atraparía. Ella le daría algo; él lo devolvería. Fue un día perfecto en lo que se suponía que era un día perfecto: el 14 de noviembre, la fecha de su boda.

“De una manera extraña, tuve paz”, dice Daiana. “No era el momento adecuado. Yo no estaba en el mejor lugar, y él tampoco. No volví y pensé qué pasaría si. Solo estábamos viviendo. Y estaba bien”.


“Tiene mucho más que decir y hacer en su vida”, dice el padre de Drew, Darryl. “Todos estamos aprendiendo de Drew en este momento. Para ser mejores personas”.Cortesía Drew Robinson

DREW TODAVÍA NO PUEDE precisar exactamente qué lo llevó a presionar el botón verde ese día, pero las pistas siempre han estado ahí. En las horas anteriores a que apretó el gatillo, y durante las 20 horas siguientes, sus pensamientos convergieron constantemente en su familia, en Daiana. Sobre quién lo encontraría. Quién tendría que limpiar. Quién se culparía a sí mismo. Cómo seguirían sin él.

Los recordatorios del 16 de abril están en todas partes. Drew se quedó con los pantalones cortos que llevaba. La toalla que absorbió tanta sangre. La nota que escribió. Su familia quitó la tabla de madera donde se había alojado la bala y la convirtió en un collar para él. Chad tiene el arma. Drew no está seguro de qué quiere hacer con ella. Podría arrojarla al Gran Cañón o destruirla con un soplete de acetileno. Por ahora, realmente no piensa en eso.

En la mesita de noche que alguna vez sostuvo su arma, Drew guarda un pequeño joyero con un recuerdo dentro. Es la bala que atravesó su cabeza y cambió su vida. A veces la saca de la caja, la enrolla entre el dedo índice y el pulgar, la usa para recordar dónde estaba y dónde está.

“Miro esta cosa y pienso, soy más fuerte que tú”, dice. “Soy más fuerte de lo que pensaba”.

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