Es cierto, como quería Andy Warhol, que a todo mortal le deberían tocar 15 minutos de fama. A Don Larsen, el oscuro lanzador de los Yanquis de Nueva York en la Serie Mundial de 1956, le bastaron sólo dos horas y seis minutos para troquelar años y años de gloria. El único serpentinero en la historia de las Ligas Mayores en tirar un Juego Perfecto en postemporada: veintisiete outs en fila: cero errores, cero bases por bolas, cero hits, cero carreras.
Cuando Don Larsen enfrentó al último bateador del partido, el emergente Dale Mitchell de los Dodgers de Brooklyn, la fanaticada del Yankee Stadium gritaba frenética. El umpire cantó un dudoso tercer strike y Larsen esperó el abrazo de Yogi Berra, el receptor de los Mulos de Manhattan.
Años después, en las placenteras sesiones de pesca con sus nietos e hijos, Larsen recordaría el momento supremo de su existencia: “Nunca me ha molestado que la gente me busque sólo por el Juego Perfecto”.
Proeza de proezas, ese juego fue ganado dos carreras a cero por los Yanquis gracias a dos prodigios de Mickey Mantle: un cuadrangular en la quinta entrada y una espectacular atrapada. El lanzador rival era un formidable abridor: el barbero Salvatore Maglie, quien sólo había permitido cinco imparables y había concedido nada más un par de bases por bolas: un verdadera joya de pitcheo. Pero enfrente tenía al hombre a quien el destino reclamaba para granjearle la inmortalidad en un solo juego.
En la novena entrada el público se puso de pie para presenciar, ese 8 de octubre de 1956, la consumación de lo perfecto por un lanzador promedio Larsen, que terminaría su carrera con una marca de ganados y perdidos adversa y con un alto porcentaje de carreras limpias de por vida: 3.78.
En la historia del beisbol ligamayorista sólo 23 lanzadores han logrado el Juego Perfecto, siendo el último fue el venezolano Félix Hernández en agosto de 2012.
Don Larsen falleció en el amanecer de este 2020: que Dios lo arrope.