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ROBERTO CLEMENTE A 47 AÑOS DE SU HERÓICA DESPEDIDA.

Cada día primero de año recuerdo el de 1973. 

En la medianoche final de 1972, perdió la vida el inmortal Roberto Clemente. El avión que llevaba víveres a Nicaragua después de un temblor devastador desapareció en vuelo. La capital nicaragüense, Managua, aún hasta nuestros días espera al eterno entre los eternos del béisbol, el pelotero puertorriqueño que paseó su calidad deportiva y humana por la sociedad y la pelota de Puerto Rico, el Caribe y las Grandes Ligas de Estados Unidos.

El hijo predilecto de la ciudad borinqueña de Carolina recién había dirigido la selección de su país en la XX Serie Mundial de Béisbol Amateur, disputada en Nicaragua entre el 15 de noviembre y el 5 de diciembre de aquel mismo año. Apenas 18 días después de apagarse las luces de los estadios mundialistas un terremoto dejó en escombros y llanto la ciudad capital del país más extenso de Centroamérica.

Y entonces Clemente, el súper-estrella que los Piratas de Pittsburgh tuvieron  en el jardín derecho durante 18 años, conoció del desastre aquella misma tarde y de inmediato se puso al servicio del comité de Puerto Rico Pro-ayuda a los muchos damnificados.

La campaña recaudadora de socorros, que aliviarían tanto desamparo, la asumió como su último juego en Grandes Ligas, apenas en septiembre anterior  y en la mañana del último día de 1972 ya tenía la carga lista y el avión alquilado para el tercer vuelo humanitario.

Pero desde las ruinas de Managua recibió noticias de malos manejos con los auxilios internacionales y quien luego sería elegido como  el atleta del siglo XX en Puerto Rico quiso entregar la asistencia personalmente.

El vuelo tambaleante del DC-7 cargado más allá de su capacidad, porque en Managua había mucha hambre y sed por saciar y demasiados heridos por curar, solo alcanzó a volar escasos minutos en el firmamento de San Juan.

La primera mañana del año siguiente la capital de Nicaragua volvió a sacudirse, esta vez a causa de la fuerza terrible de la noticia. El avión de Clemente no aparecía. Puerto Rico y sus habitantes estaban en total incredulidad.

Cuatro títulos de bateo en la Liga Nacional, una docena de Guantes de Oro,  y dos anillos de Serie Mundial, todos con sus queridos Piratas, se hundieron para siempre en las aguas invernales del mar caribeño, que nunca devolvieron el cuerpo del inmediato y más connotado miembro del Salón de la Fama, para la familia latinoamericana.

El espíritu de Roberto Clemente acababa de agregar a sus 240 jonrones en Grandes Ligas, su principal y más emblemático batazo, que mostró su carácter y espíritu de solidaridad. Su jonrón más trascendente.

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Recordemos su hit 3000.

El 30 de septiembre de 1972  Clemente se había convertido en el décimo primer pelotero en llegar a los 3000 imparables en las Grandes Ligas. En ése momento nadie imaginaba sería su último.

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Fue en el cuarto inning de un desafío frente a los Mets de New York. En la pizarra se reflejó la hazaña, al mostrar un gigantesco número 3,000,  el árbitro del partido le entregó la pelota y el ídolo boricua la devolvió al coach de primera base.

Luego se quitó la gorra,  saludó al público reunido en el Three Rivers Stadium, en tanto el torpedero contrario Jim Fregosi le extendió la mano para felicitarlo. 

El narrador cubano Felo Ramírez describió el durante el juego: “Lo logró, lo logró. Un doble de Roberto Clemente contra la pared del left center. Como él lo quería, limpio completamente”.
Ahora este primero de enero de 2020, a 47 años de su tránsito a la eternidad Nicaragua sigue esperando a su héroe y Puerto Rico recuerda por siempre a un hombre mestizo de estos pueblos latinoamericanos, que fuera del diamante solía tocar la armónica o escribir poemas a su amada Vera, su compañera que se fue de este mundo a alcanzar a su reverenciado Roberto en noviembre del año que terminó.

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