Por MLB.com
Hay más de 250 jugadores en el Salón de la Fama de Cooperstown y, para la gran mayoría, sus carreras terminaron de la forma que uno espera, con el jugador decidiendo que es hora de decir adiós o el juego tomando la decisión por él. Para un pequeño grupo, ese final llegó por culpa de las lesiones, enfermedades o tragedias.
Pero sólo uno, que sepamos, vio cómo su pasó por el juego llegaba al final, de cierta forma, debido a un bigote.
Rollie Fingers es miembro del Salón de la Fama, con sobrados argumentos, porque fue mucho lo que hizo durante 17 temporadas en las Grandes Ligas. Fue parte de tres equipos que ganaron la Serie Mundial, tirando el último pitcheo en dos de ellas; asistió a siete Juegos de Estrellas; es uno de muy pocos lanzadores en ganar el Premo Cy Young y ser JMV en la misma campaña; entró a Cooperstown en su segunda oportunidad. En resumen, llegó a un nivel al que han llegado muy, muy pocos.
Pero seamos honestos: No es por eso que lo recuerdan, ¿cierto? Ni cerca, ¿verdad?
A pesar de todo lo que consiguió, lo primero que uno piensa cuando se habla de Rollie Fingers es su maravilloso y estilizado bigote. Cada vez que se hace una lista con los mejores estilos de cabello facial en la historia del béisbol, Fingers está allí. Es básicamente el hombre, el mito, el bigote. Es difícil imaginarlo afeitado. Hasta está inmortalizado con todo y bigote en su placa del Salón.
Ustedes saben todo eso. Lo que quizás no sepan es que cuando su carrera terminó a mediados de la década de los 80, no fue totalmente debido a su habilidad para sacar outs. También se debió a que Fingers no quiso tomar una oportunidad con los Rojos, debido a que en Cincinnati requerían que sus jugadores estuviesen perfectamente afeitados. Fingers decidió mantener el icónico bigote y se fue del juego con la cabeza en alto. Bigote 1, Rojos 0.
Aunque pareciera que Fingers nació con aquel mostacho, la realidad es que llegó a las Grandes Ligas con los Atléticos en 1968 sin pelos en la cara, y lanzó en 154 juegos durante sus primeras cuatro campañas como un serpentinero completamente afeitado, una imagen que apenas se parecía al ícono en el que se terminaría convirtiendo.
Fingers no estaba solo. Cuando llegó a las Mayores, MLB ya era una liga casi libre de bigotes por medio siglo. Aunque las barbas, los bigotes y extraños cortes de cabello eran comunes en el juego durante el siglo XIX, se cree que el receptor Wally Schang en 1917 fue el último beisbolista en más de 50 años en llevar un bigote. Las razones son muchas, más de las que podemos detallar aquí, aunque un buen punto de partida pareciera ser que en las fuerzas armadas empezaron a pedirles a los soldados que se afeitaran durante la Primera Guerra Mundial, aparentemente para que las máscaras antigases encajaran mejor en sus rostros.
Esas directrices comenzaron a perder fuerza en la Gran Carpa con la llegada de los años 60. Para 1972, el dueño de los Atléticos, el singular Charle Finley, decidió incluso pagarles 300 dólares a sus jugadores para que se dejaran crecer el cabello facial. Fue ese año que Fingers empezó a exhibir su bigote.