Por Héctor Díaz /TRUEBLUELA
Fernando Valenzuela está sentado en una cabina en el Estadio de los Dodgers de Los Ángeles, justo a la altura del jardín derecho.
En su campo de visión están los números retirados de los Dodgers: 1, 2, 4, 19, 20, 24, 32, 39, 42, 53. Cualquier angelino puede argumentar fácilmente que su #34 debería estar allí con el nombres de Drysdale, Robinson y Koufax. Nadie lo ha usado desde entonces, aunque no está oficialmente retirado.
Eso sería un gesto que merece el legendario lanzador zurdo de los Dodgers con un juego sin hit y una Serie Mundial a cuestas, además de que su gran impacto y legado en la franquicia se refleja en los aficionados que acuden al estadio.
El día anterior, los Dodgers tuvieron una doble cartelera donde ambos juegos celebraron la herencia mexicana. Los fanáticos cambiaron el tradicional azul de los Dodgers por variantes rojas, blancas y verdes. Un mariachi tocó música haciendo que la escena fuera casi indistinguible de una fiesta familiar mexicana del Este de Los Ángeles, excepto por el juego de beisbol que se desarrollaba en medio de todo.
Es un microcosmos de composición latina de la base de fanáticos, mucho del cual se debe al ascenso meteórico de Valenzuela como lanzador en la década de 1980.
Su lanzamiento es material de leyenda, incluso para el aficionado al beisbol más ocasional. Su primer año como Dodger vio al joven de 20 años ganar el Novato del Año de la Liga Nacional. Diez años más tarde, aseguró su permanencia en Los Ángeles con un juego sin hit.
Valenzuela continuó su viaje en Grandes Ligas durante siete años más, aunque no pudo replicar la eficiencia de su tiempo en Chávez Ravine. Sin embargo, el seis veces llamado al Juego de Estrellas no se arrepiente.
“Creo que de todo lo que me ha pasado en mi carrera, no cambiaría nada”, dice. “A menudo me preguntan ‘¿Hubieras lanzado menos para tener una carrera más larga?’ Pero si piensas de esa manera como lanzador, solo te prepararás mentalmente para eso”.
Aparte de su currículum estelar como Dodger, Valenzuela también se ha desempeñado como comentarista junto a Jaime Jarrín, quien se retira al final de la temporada.
Jarrín ha sido la voz de habla hispana que los fanáticos del beisbol han escuchado durante 64 años. El conocimiento institucional de Jarrín sobre la cobertura de juegos es algo que Valenzuela aprecia ahora y cuando saltó por primera vez a los comentarios.
“Conozco el beisbol, pero aprecio que haya tenido paciencia conmigo y creo que eso es lo que me mantuvo como locutor”, dice Valenzuela. “Creo que ahí es donde más lo voy a extrañar. Me dio una sensación de confianza que solo alguien con su experiencia puede brindar”.
Ahora de 61 años, Valenzuela mira hacia atrás y comprende que si bien su yo adolescente tenía el talento para lanzar en Grandes Ligas, el hecho de que sucedió es algo que puede no haber estado bajo su control. Todo sucedió antes de que pudiera hacer el esfuerzo consciente de dedicarse al beisbol.
“Tendrás que esperar por el libro”, bromea. “Empecé a jugar a los 13 años pero no me llamó mucho la atención. Mis hermanos siempre jugaban y yo siempre decía, ‘claro que voy a jugar’. Nunca me dijeron que me tenía que ir, pero verlos salir me hizo pensar ‘oye, parece que se están divirtiendo mucho’ y de eso salió una carrera”.
Tanto en su carrera como jugador como de locutor, “El Toro” continuamente le da crédito a otros por su éxito, especialmente a su esposa porque, si bien el beisbol puede brindar una sensación de consistencia, todo lo relacionado con el deporte siempre está cambiando.
“Siempre estás yendo de un lugar a otro. Ese es un momento de tu vida en el que es difícil y necesitas adaptarte, no solo a mí, sino a las personas que me rodean”, dice. “Me preguntan ‘¿cuánto tiempo llevas casado?’ Digo 42, pero mi esposa dice ‘no, son más como 20’”.
El último partido profesional de Fernando fue en 2006 con los Águilas de Mexicali.
Sin importar dónde estuvo en su vida y en su carrera, Fernando Valenzuela lo atribuye todo a una combinación de factores de los que cualquiera, sea aficionado al bwisbol o no, puede aprender.
“Para que algo suceda, tiene que haber dedicación. Eso es lo más importante”, dice Valenzuela. “Puedes ser la persona más talentosa del mundo, pero si no sabes cómo usarlo o no sabes cuándo usarlo, no sucederá”.