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FERNANDO VALENZUELA Y EL RETIRO DEL 34: UN PERDÓN POR DODGER STADIUM

La ‘Fernandomanía’ sirvió como reconciliación a los mexicanos con el Dodger Stadium, luego de los hechos sucedidos en Chávez Ravine

Por César González Gómez

Los Dodgers de Los Ángeles anunciaron el 4 de febrero pasado que retirarán el número 34 de Fernando Valenzuela.

Es un homenaje a Fernando, es un recordatorio de la Fernandomanía, pero es también una aceptación de la tragedia de Chávez Ravine. Ahí, donde era el hogar cientos de familias mexicanas que fueron desalojadas -algunas por la fuerza-, con el viejo truco de una promesa incumplida. Ahí donde sus casas fueron arrasadas por las máquinas. No para construirles un nuevo hogar, sino un estadio de beisbol, el Dodger Stadium.

Es pedir perdón. Es regar esa tierra, para ver si algo florece.

El periodista Eric Nusbaum escribió el libro “Stealing Home: Los Angeles, the Dodgers and the Lives Caught in Between” que es una crónica minuciosa de la tragedia que vivió la comunidad mexicana en Chávez Ravine para la construcción del estadio.

En los primeros años tras su llegada a Los Ángeles, el dueño de los Dodgers, Walter O’Malley buscaba la forma de congraciarse con el público mexicano. Comenzó a transmitir juegos de los Dodgers en español e incluso, el narrador Jaime Jarrín recuerda que O’Malley le preguntaba, medio en broma y medio en serio, que cuándo le ayudaría a conseguir un Sandy Koufax mexicano. 

Como en un capricho del destino, Walter O’Malley murió en agosto de 1979, apenas un mes después de que los Dodgers firmaran a Fernando Valenzuela. Nunca vio a su Sandy Koufax mexicano.

Para Eric Nusbaum, lo que generó Fernando Valenzuela en la ciudad, en su comunidad y para los Dodgers, lo trascendió todo.

“Fernando Valenzuela era el pitcher que se convirtió en mucho más que el Sandy Koufax mexicano que Walter O’Malley soñó con firmar”, escribe Nusbaum en su libro. “Valenzuela, un zurdo tímido y desconcertante de un pequeño pueblo de Sonora, hizo más que cualquier otro para volver en realidad los sueños que O’Malley tenía para su estadio: que estuviera siempre lleno y con diversión garantizada, y que sin importar lo que ocurriera en el campo, fuera un lugar para una verdadera comunión cívica. En los 80, el Dodger Stadium se convirtió en el escenario de Valenzuela. Él elevó la franquicia, el deporte y la ciudad, y luego trascendió por encima de todo eso”.

Chávez Ravine era un lugar de poco más de 120 hectáreas, cerca del centro de Los Ángeles. Ahí, donde nadie quería vivir, llegaban a vivir los migrantes mexicanos. En Chávez Ravine nacerían tres barrios de expatriados mexicanos, La Loma, Palo Verde y Bishop. Se estimaba que era el hogar de 4 mil personas, la mayoría de las cuales vivían en condiciones paupérrimas. Solo un tercio de las viviendas tenían baño, y muchas no tenían agua corriente ni un sistema de drenaje formal.

La tragedia de Chávez Ravine, decíamos, comenzó con una promesa incumplida. 

En 1949 nació el proyecto de construir 13 torres de apartamentos en ese lugar, equivalentes a 10 mil unidades de vivienda pública que habitarían unas 17 mil personas. A quienes vivían en Chavez Ravine se les prometió que si aceptaban vender su terreno al gobierno para la construcción del proyecto, tendrían derecho preferencial para comprar un departamento a precio justo de mercado.

La promesa era la única opción que se les daba a los habitantes de Chávez Ravine, que sabían que si no vendían sus terrenos, estos les serían confiscados por el gobierno. Serían desalojados por la fuerza y sus viviendas quedarían arrasadas para construir las torres.

Muchos comenzaron a vender a finales de 1950, pero otros se negaron y ofrecieron resistenciahasta las últimas consecuencias, por dolorosas que fueran.

Aquel proyecto de vivienda pública en Chávez Ravine dio un vuelco en 1953. Fletcher Brown, el alcalde que impulsaba el proyecto, no pudo ganar su reelección. Su rival, Norris Poulson, aprovechó la fobia anticomunista que prevalecía en grandes sectores de la política estadounidense en esos años para congraciarse con los votantes.

Y dentro de esa fobia anticomunista, se consideraba que subsidiar vivienda era parte de un plan socialista. Al ganar, Poulson vetó el proyecto.

Para entonces, gran parte de las familias mexicanas en Chávez Ravine ya habían vendido su terreno a cambio de una promesa que quedaría incumplida. Y si para ellos fue una tragedia, para las familias que se resistieron a vender, lo sería aún más.

El terreno, que comprendía unas 120 hectáreas, quedó en propiedad del gobierno y ya sin un uso específico. 

Fue entonces que el gobierno municipal comenzó a ofrecerle los terrenos de Chávez Ravine a Walter O’Malley, dueño de los Dodgers de Brooklyn. Los intentos de O’Malley para construir un nuevo estadio en Nueva York habían fracasado, y contemplaba la posibilidad de mudar su equipo hasta el otro extremo de Estados Unidos.

La oferta de la alcaldía de Los Ángeles era tentadora: la entrega del terreno para la construcción de un nuevo estadio de beisbol y la inversión gubernamental de 3 millones de dólares para mejorar la infraestructura del lugar. 

O’Malley vendió la casa de los Dodgers en Brooklyn, el Ebbetts Field. Luego logró otra negociación clave, cambiar su franquicia de Ligas Menores en Forth Worth por la del equipo sucursal Los Ángeles con todo y estadio.

Ese estadio en Los Ángeles sería donado por O’Malley a la ciudad, como un pago simbólico para recibir las 120 hectáreas en Chávez Ravine. En octubre de 1957, la ciudad de Los Ángeles aprobó que esos terrenos se le entregaran a los Dodgers, y se utilizaran para construir el nuevo estadio.

El proyecto inicial se había distorsionado por completo. Aquella idea de construir vivienda  pública que fuera digna y accesible para familias de escasos recursos, muchas de ellas de origen mexicano, se había convertido en la entrega de todo ese terreno a un propietario privado con fines de lucro.

Los Dodgers se mudarían de Brooklyn a Los Ángeles al terminar la temporada de 1957 para jugar temporalmente en el Memorial Coliseum, mientras se construía el nuevo estadio.

Mientras tanto, en marzo de 1959, a las últimas familias que resistían en sus casas se les informó que si no desalojaban por su propia voluntad, serían removidas por la fuerza. Y así ocurrió.

El 8 de mayo de 1959, los Aréchiga, la última familia que quedaba en Chávez Ravine, fue desalojada por la fuerza de la vivienda de madera que habían construido casi 40 años antes, poco después de llegar a Estados Unidos procedentes de Zacatecas. Los medios de comunicación filmaron la escena. Los miembros de la familia llorando en el suelo, con sus bebés en brazos, ven cómo sus pertenencias son sacadas de la casa, que luego es arrasada por maquinaria pesada.

Pocos días antes del desalojo forzado, Manuel Aréchiga el patriarca de la familia, había lanzado un mensaje que buscaba llegar al oído de Walter O’Malley.

“No tengo nada contra los Dodgers, pero si quieren mi propiedad déjenlos que paguen unprecio razonable por ella. No que me la quiten”, pidió Manuel.

La respuesta nunca llegó.

Los Aréchiga fueron sacados de su propiedad.Una de las hijas es sacada cargando de la casa, mientras llora desconsolada. La escena se convertirá en el emblema del dolor sobre el que se construyó el Dodger Stadium.

En septiembre de 1959, casi cuatro meses después del desalojo, empezó a moverse tierra para edificar el nuevo estadio, cuya construcción duraría tres años, para ser inaugurado en 1962.

El nuevo estadio, moderno y hecho a la medida, fue el éxito que Walter O’Malley soñó. En el primer año de operación del Dodger Stadium ingresaron 2.7 millones de aficionados, gracias al aforo de 56 mil personas. Los Dodgers de Los Ángeles comenzaron un período de luna de miel en su nuevo estadio ganando tres Series Mundiales.

Pero los mexicanos que vivían en Los Ángeles nunca olvidaron la escena sobre la cual se construyó el Dodger Stadium. La imagen del sufrimiento de los Aréchiga quedó bien grabada en la memora de la comunidad mexicana.

Walter O’Malley sabía de la importancia de que los Dodgers pudieran seducir a los mexicanos en Los Ángeles. Por eso habló de buscar un Sandy Koufax mexicano, y de hacer transmisiones radiales en español. Pero lo más cercano a unSandy Koufax mexicano tampoco funcionó. Vicente “Huevo” Romo y el José “Grandote”Peña, brazos de indiscutible leyenda, no pudieron hacer huesos viejos en los Dodgers.

Los aficionados mexicanos se mantuvieron lejos del Dodger Stadium. 

Hasta que llegó la Fernandomanía en 1981.

Desde los desalojos en Chávez Ravine hasta la irrupción meteórica de Fernando Valenzuela solo habían transcurrido 22 años. Poco tiempo para olvidar una afrenta.

Pero Fernando fue irresistible para los paisanos agraviados.

Los sedujo porque era como ellos, porque se parecía a ellos, porque hablaba como ellos. Era moreno, de aspecto indígena mayo, un tanto regordete, no hablaba inglés, y provenía de un pequeño caserío rural en México que probablemente ni siquiera aparecía en el mapa. 

Como ellos.

Los primeros meses de Fernando como Dodger de Los Ángeles en 1980 fueron notables, actuando principalmente como relevista donde no recibió carrera limpia. 

Pero lo que pasaría al año siguiente, en 1981, desbordaría lo deportivo. Se convirtió en unfenómeno social. Era la historia de un deportista mexicano reivindicando a sus paisanos frente al poderoso opresor.

Al iniciar la temporada de 1981, Fernando Valenzuela iba amasando cero tras cero, triunfo tras triunfo.

Las cifras están grabadas en la memoria de cualquier aficionado mexicano al beisbol. Se recitan una y otra vez, y nunca cansan. Fernando Valenzuela ganó sus primeras ocho aperturas de forma consecutiva, cinco de ellas por blanqueada y completando los nueve innings en todas ellas. 

La revista Sports Illustrated lo resumió perfecto: Irreal.

Ganó el premio al Novato del Año, el premio Cy Young, y los Dodgers ganaron la Serie Mundial ese año.

Pero los aficionados mexicanos no iban al Dodger Stadium a ver la precoz maestría de Fernando Valenzuela. No, los mexicanos iban al Dodger Stadium a ver a Fernando Valenzuela someter a un gringo tras otro. 

Por esos años solía decirse que Los Ángeles era la segunda ciudad con más mexicanos en el mundo, solo detrás de la Ciudad de México. Y en ese 1981, cuando lanzaba Fernando Valenzuela, el Dodger Stadium era uno de los pocos lugares en el mundo donde un mexicano podía sentirse superior a un estadounidense.

Había algo de venganza por los desalojos de Chávez Ravine, pero también había algo de reconciliación. Había algo del migrante que finalmente encuentra su lugar.

Nusbaum describe perfecto lo que Fernando Valenzuela representó para esa historia. Redención para todos, menos para los que vivieron la herida en carne propia.

“Valenzuela se convirtió en algo más que un lanzador brillante y carismático. Se convirtió en un fenómeno y luego en un símbolo”, describe Nusbaum. “Para algunos, la Fernandomanía fue el final feliz que la historia de Palo Verde, La Loma y Bishop necesitaban. Como si el solo hecho de que Fernando llevara aficionados mexicanos al estadio, borrara las cicatrices y las hiciera desaparecer, como si se tratara de un truco de realismo mágico. Pero no fue así. Y es que no importa cuánto ame la ciudad a su equipo de beisbol o a su estadio, esas cicatrices no podían desaparecer. El beisbol puede tener poderes místicos, pero no puede borrar el pasado. No nos puede redimir. La belleza del Dodger Stadium es enorme, es colectiva. Le pertenece a todos. Pero el dolor sufrido por la gente de Palo Verde, La Loma y Bishop fue algo específico. Fue de ellos”.

Fernando ha dicho que a él nunca le contaron lo que pasó en Chávez Ravine para construir el estadio. No hacía falta. Fernando llegó a hacer lo suyo con la misma naturalidad del rayo que cae dónde tiene que caer.

Por décadas, los Dodgers de Los Ángeles se habían resistido a retirar el número 34 de Fernando Valenzuela. Y es que, aunque el equipo angelino tiene 11 números retirados, todos reúnen algo en común que Valenzuela no: ser miembros del Salón de la Fama de Cooperstown.

Pero el sábado 4 de febrero de 2023, los Dodgers de Los Ángeles anunciaron que, por fin, retirarán el número de “El Toro de Etchohuaquila”.

No es cosa de números. Los Dodgers reconocen a Valenzuela, pero reconocen también el simbolismo de lo que Valenzuela trajo. Fernando reconcilió a la comunidad mexicana con los Dodgers, con el Dodger Stadium, con su ciudad.

Fernando Valenzuela saldrá ese día a recorrer la vereda del dugout a la loma una vez más. Retirar el número es arrodillarse y besar esa tierra, la que alguna vez fue el hogar de alguien como él, de su mismo color, de su misma lengua, con los mismos sueños improbables. Se parará en el lugar donde alguna vez sonó la misma música en la sala, donde emanó el mismo aroma de la cocina.

Fernando Valenzuela se parará en el lugar de los migrantes, en el lugar de alguien que deja unhogar para formar otro, no importa lo lejos que haya que andar.

Así como él. Así como ellos.


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